junio 10, 2006

Calderón: La forma por el fondo

Otra vez Felipe Calderón volvió a mostrar ese rostro, esa faceta que lo hace parecerse cada vez más a Carlos Salinas de Gortari: la del autoelogio, el engreimiento, la burla, la mofa, la de creer que sólo él piensa y hace bien las cosas y todos los demás son estúpidos. Con la diferencia, claro, de que aquél era inteligente… turbia y malvadamente inteligente.

Al día siguiente de que Andrés Manuel López Obrador presentara en cadena nacional un mal llamado “mensaje a la nación” con algunas propuestas económicas de apoyo al ingreso familiar, Calderón se vio gozoso al descalificarlo: “Generó (AMLO) muchas expectativas, pero en términos futbolísticos resultó un ‘tirititito’, un calcetinazo.” Poco le faltó para decir llanamente que era una tontería lo que estaba proponiendo el candidato de la coalición “Por el bien de todos”. Pero con la cara, la sonrisa burlona, el gesto ufano, lo hizo sentir.

Es ahí, entre otras muchas cosas, donde se parece a Salinas de Gortari. El autor de estas líneas, reportero asignado a la fuente presidencial en los tres últimos años de la gestión –que no mandato--de Salinas de Gortari, tiene constancia de múltiples ocasiones en que éste se excedía en sus desplantes descalificativos, de burla abierta a sus opositores; su desdén a los méritos de otros. Pero recuerda nítidamente la noche del viernes 8 de julio de 1988 --dos días después de aquellas históricas elecciones--, en la que Salinas, reunido con corresponsales extranjeros, les decía que formaría su gabinete con los mejores hombres del país.

--¿Incluirá a algún miembro de la oposición? –le preguntó un periodista extranjero. Y Salinas, riéndose burlonamente, respondió:

--¿A quién?… ¿a Rosario Ibarra? –y todos, él de manera sobresaliente, soltaron la carcajada.

Cómo se pareció Felipe el martes, cuando habló ante la comunidad judía, a ese Salinas de Gortari. La misma actitud de autosuficiencia; el mismo rostro de mofa, de sorna… esos ademanes de todos son pendejos, menos yo.

Ofrezco disculpas al lector por la digresión, pero no dejaré de insistir en que Calderón se pierde en el mismo egocentrismo en que cayó Salinas. Con la ventaja de que éste, si no tenía carisma, estaba respaldado por un eficaz equipo de comunicación, que sabía usar la propaganda, de corte goebeliana, para apuntalarlo. Pero Calderón, sin carisma y sin ese equipo de comunicación, lo único que logra es ir perdiendo puntos en la aceptación de la gente. Ya lo dicen las últimas encuestas.

Pero, bueno, vamos a lo importante:

Hábilmente, Felipe Calderón critica la propuesta de López Obrador no en el fondo de la misma, sino en la forma. Y es allí donde se equivocaron los asesores del perredista, porque ciertamente quedó la impresión de que está ofreciendo dinero y aumentos en efectivo, de manera directa, a todos aquellos que ganan menos de 9 mil pesos mensuales, lo cual no es cierto, pero que Felipe enfocó por ahí. Por eso dijo: “Ese hecho de darle, porque así se entiende, a la gente que gana menos de 9 mil pesos, hasta un incremento de su ingreso, implica varias reformas fiscales como las que no se sacaron adelante. La pregunta es: ¿de dónde va a salir ese dinero?”

Digo que hábilmente, porque él sabe perfectamente –si de algo le sirvieron sus breves estudios de Economía en Harvard--, que sólo un loco podría ofrecer algo parecido a un incremento monetario directo al ingreso de 18 millones de familias, de las 25 millones que hay. Bien sabe Felipe que la propuesta es que, en la medida en que la gente reduzca su gasto en gas, luz y gasolina, tendrá un mayor ingreso disponible.

La propuesta es esa: reducir precios y tarifas de bienes y servicios públicos –energéticos principalmente-- para que la gente disponga de mayor ingreso y pueda consumir más. Y la lógica económica elemental dice, como se expuso en el spot del martes: más ingreso es igual a mayor consumo, y mayor consumo equivale a mayor producción, y a mayor producción más empleos y crecimiento económico. Punto.

Adicionalmente, como lo dijo ese mismo día Rogelio Ramírez de la O, el jefe del equipo económico de López Obrador, la reducción de los precios de los energéticos traerá como efecto la reducción de otros precios, previsiblemente los del transporte, los enseres domésticos y otras compras de supermercados y el entretenimiento, entre otros.
Ciertamente, reducir precios y tarifas trae como consecuencia inmediata una reducción en los ingresos públicos. Y ahí es donde le falta a la propuesta aclarar, detallar convincentemente qué se va a hacer para subsanar ese faltante. Porque no parece suficiente proponer –o decirlo solamente, sin explicar detalladamente, ni discutir su viabilidad-- que se van a recortar 100 mil millones de pesos al gasto corriente, por la vía de la reducción de sueldos a funcionarios, compactar la burocracia, etcétera.

También falta –y es lo más importante-- clarificar cuál es la propuesta política de López Obrador para lograr los consensos necesarios en el próximo Congreso, que permitan sacar adelante las propuestas económicas que, por fuerza, tendrán que ser discutidas y aprobadas en las cámaras legislativas.

Por supuesto, en nada de fondo enfocó sus críticas Felipe Calderón a la propuesta del perredista. Insisto en que hábilmente atacó la forma –el mensaje mediático político-- de esa propuesta.

De hecho, todos los detractores y críticos de López Obrador hicieron lo mismo, aun los que presuntamente saben de economía: que el candidato insiste en las políticas irresponsables del pasado, de querer regalar dinero a manos llenas, de llevar al erario a la bancarrota. Pero ahí, como dice el mexicanísimo refrán, “no tiene la culpa el indio sino el que lo hace compadre”, porque lo que millones de personas vieron y escucharon el martes, a las 9:00 de la noche, en cadena nacional, fue a un candidato prometer que, desde el principio de su gobierno, todos aquellos que ganen menos de 9 mil pesos mensuales mejorarán su nivel de vida, pues verán incrementado su ingreso en un 20% en promedio. Y, también, que habrá “complementos en efectivo y programas sociales en dinero”. Y millones siguen con la finta. No faltará quién pregunte, una vez López Obrador en la Presidencia, dónde hay que hacer cola para recoger la lana.

Ese es el riesgo. Cuando no se explican las cosas, prevalece el engaño, y éste siempre lleva a la decepción.

Comentarios: cgacosta@proceso.com.mx

junio 07, 2006

AMLO, el candidato indispensable


El domingo pasado, en su artículo de The New York Times Magazine ("El populista en la frontera"), David Rieff sugirió que Andrés Manuel López Obrador es el único candidato con verdadero arraigo popular. Lo describió como "una figura de irresistible fascinación para los mexicanos, porque muchos de los seguidores de Calderón hablan más de aquél que de su propio candidato, y las encuestas muestran que muchos de los votos de Calderón son realmente vo- tos contra López Obrador".

Por eso quienes preparan la elección de Estado del 2 de julio aprovecharon su ausencia en el primer debate presidencial para lanzar un mensaje que le costó puntos en las encuestas: "AMLO está tan seguro del triunfo que desprecia a los votantes".

El hecho es que sin su presencia el primer debate fue un ejercicio de "chicos aplicados de secundaria repitiendo la lección" (para evocar al jefe Diego), y ayer, con él, la contienda adquirió finalmente el nivel de un verdadero debate presidencial, en el que derechas e izquierdas subieron a la tribuna a jugarse el futuro del país; a jugárselo en presencia de Roberto Madrazo, que no acaba de encontrar su lugar en la geografía política y continúa atrapado en su falta de credibilidad.

"Credibilidad" es el nombre del juego en una elección abierta, y para bien o para mal la contienda política mexicana parece haber dado finalmente un vuelco hacia la modernidad. Atrás quedaron lealtades, ideologías partidistas, afiliaciones, colores y banderas: la retórica misma de la Revolución Mexicana y el apostolado panista con olor a eternidad.

Se trata de ganar, y los candidatos se mueven al ritmo de las encuestas. Es ahí donde cuenta la credibilidad. Y López Obrador la tiene: le creen sus simpatizantes, le creen sus partidarios, ¡le creen hasta sus enemigos!

En el debate, que en su mayor parte fue una recitación de discursos aprendidos de memoria, y donde los candidatos se cuidaron más de la cuenta, Felipe Calderón usó una retórica que sonó a bienaventuranza para convocar a una misteriosa fuerza nacional, a la que denominó "la fuerza de los pacíficos", para ayudarle a hacer cumplir la ley.

Al escucharlo recordé a otro ultraderechista, Richard Nixon, que décadas atrás ganó finalmente la presidencia de Estados Unidos convocando a la "mayoría silenciosa" que hoy tiene al país hundido en una división que amenaza la estabilidad.

Y Madrazo, académico, ¡quién lo hubiera creído!, recurrió a estadísticas: 60 millones de delitos en los últimos cinco años, y sólo dos de cien son objeto de proceso penal. Propuestas y más propuestas para las que no hay presupuesto; nuevas entidades, institutos, comisiones; palabras y más palabras; guerra de encuestas y libros obviamente escritos por asesores de los candidatos.

Andrés Manuel, en cambio, reposado, digno, sencillo, sin pretensiones, imbuido de su apostolado cívico en defensa de los pobres, la soberanía y la democracia incluyente, estuvo conciliador, pero recordó a los electores la infamia del desafuero, y los espots televisivos que difunden la política del miedo.

En el primer debate presidencial la pregunta en boca de todos fue: ¿Asistirá López Obrador?, y en el segundo la pregunta se convirtió en preocupación o emoción: ¡Va a asistir López Obrador! Por eso, por haberle dado fuego a una de las campañas políticas más aburridas de los últimos tiempos, por haber superado todos los obstáculos (inclusive la trampa mortal del desafuero), y por haber abierto a debate nacional el legítimo pero olvidado tema de los pobres, Andrés Manuel López Obrador se ha convertido en el candidato indispensable.

La suerte está echada, la contienda será entre el candidato de Estado y el candidato del pueblo. Y, como dijo López Obrador, "ya le toca al pueblo".

junio 04, 2006

Calderón, clave para la aprobación del Fobaproa

Pactó personalmente con el presidente Zedillo para lograrlo

MÉXICO (Apro).— Mientras en público enarbolaba un combativo discurso contra la corrupción y la impunidad del rescate bancario, una posición que duró diez meses, Felipe Calderón se reunía a negociar —en privado— con altos funcionarios del gobierno de Ernesto Zedillo, con quien finalmente pactó, personalmente, la aprobación en la Cámara de Diputados del gigantesco endeudamiento para los mexicanos a través del Fondo Bancario de Protección al Ahorro (Fobaproa).
Y la noche del 12 de diciembre de 1998, desde la comodidad de su casa, el presidente del Partido Acción Nacional (PAN) atestiguó la suma de los votos de los diputados priístas y panistas que —salvo 12 de éstos— aprobaron convertir en deuda pública los pasivos del Fobaproa, cuyo costo supera el millón de millones de pesos.
Curiosamente, la cifra actualizada del costoso rescate bancario convalidado por Calderón —1.3 billones de pesos— supera la que el PAN le atribuye, en su más reciente promocional, a las ofertas de campaña de Andrés Manuel López Obrador, a quien acusa de llevar la deuda del Distrito Federal a más 40,000 millones de pesos, poco más de lo que se paga cada año, en promedio, sólo de intereses por el rescate bancario.
Pero Calderón no solamente pactó con Zedillo convertir deudas privadas en deuda pública mediante la aprobación de la ley que sustituyó el Fobaproa por el Instituto de Protección al Ahorro Bancario (IPAB) y cuyos costos están pagando los contribuyentes, sino que garantizó, en los hechos, la impunidad a los altos funcionarios que aplicaron el salvamento y quienes se beneficiaron de él, es decir, los grandes empresarios y banqueros.
Ninguno de los responsables está en la cárcel, los recursos para financiar campañas priístas como la de Zedillo y Roberto Madrazo no se devolvieron y los funcionarios que el PAN supuestamente había logrado destituir e inhabilitar siguieron en sus puestos, incluido Guillermo Ortiz Martínez, gobernador del Banco de México y operador del rescate bancario como secretario de Hacienda de Ernesto Zedillo.
El caso Ortiz Martínez Todavía el mediodía del 11 de diciembre de 1998, la víspera de la aprobación del Fobaproa, uno de los operadores de Calderón en la negociación, Carlos Medina Plascencia, coordinador de los diputados panistas, alardeaba del pacto para la renuncia de Ortiz Martínez, mientras los priístas se reían de él. “Yo no miento, porque es parte de la formación que me dieron mis padres y de mi religión”, se ufanaba el católico Medina, quien insistía en el trueque Ortiz- Fobaproa, cuya aprobación tenía entre sus principales promotores al gobernador de Guanajuato, Vicente Fox, ya enfilado como candidato presidencial.
El propio Calderón reconoció públicamente el pacto el 9 de diciembre, cuando afirmó que el PAN no daría su voto si Zedillo no cumplía con la renuncia de Ortiz.

La Basílica pide explicaciones a Felipe Calderón

Un mes después de la polémica utilización de la imagen de la virgen de Guadalupe en los actos de campaña del candidato presidencial Felipe Calderón, la abadía de la Basílica exhortó al panista a que defina públicamente los motivos.

También le pide que aclare “qué es lo que pretende” con ello, porque de lo contrario el aspirante panista le faltaría al respeto a los mexicanos y a sus creencias.
El recinto guadalupano llamó a Calderón a definir si la distribución de imágenes con la guadalupana tienen como objeto “compartir su fe” entre sus simpatizantes o “usar a la Santísima Madre de Guadalupe para ganar votos” entre el electorado mexicano, que en su mayoría es católico.

Fuentes de la Villa acusaron que Calderón al repartir o permitir la distribución de estampas.