AMLO, el candidato indispensable
El domingo pasado, en su artículo de The New York Times Magazine ("El populista en la frontera"), David Rieff sugirió que Andrés Manuel López Obrador es el único candidato con verdadero arraigo popular. Lo describió como "una figura de irresistible fascinación para los mexicanos, porque muchos de los seguidores de Calderón hablan más de aquél que de su propio candidato, y las encuestas muestran que muchos de los votos de Calderón son realmente vo- tos contra López Obrador".
Por eso quienes preparan la elección de Estado del 2 de julio aprovecharon su ausencia en el primer debate presidencial para lanzar un mensaje que le costó puntos en las encuestas: "AMLO está tan seguro del triunfo que desprecia a los votantes".
El hecho es que sin su presencia el primer debate fue un ejercicio de "chicos aplicados de secundaria repitiendo la lección" (para evocar al jefe Diego), y ayer, con él, la contienda adquirió finalmente el nivel de un verdadero debate presidencial, en el que derechas e izquierdas subieron a la tribuna a jugarse el futuro del país; a jugárselo en presencia de Roberto Madrazo, que no acaba de encontrar su lugar en la geografía política y continúa atrapado en su falta de credibilidad.
"Credibilidad" es el nombre del juego en una elección abierta, y para bien o para mal la contienda política mexicana parece haber dado finalmente un vuelco hacia la modernidad. Atrás quedaron lealtades, ideologías partidistas, afiliaciones, colores y banderas: la retórica misma de la Revolución Mexicana y el apostolado panista con olor a eternidad.
Se trata de ganar, y los candidatos se mueven al ritmo de las encuestas. Es ahí donde cuenta la credibilidad. Y López Obrador la tiene: le creen sus simpatizantes, le creen sus partidarios, ¡le creen hasta sus enemigos!
En el debate, que en su mayor parte fue una recitación de discursos aprendidos de memoria, y donde los candidatos se cuidaron más de la cuenta, Felipe Calderón usó una retórica que sonó a bienaventuranza para convocar a una misteriosa fuerza nacional, a la que denominó "la fuerza de los pacíficos", para ayudarle a hacer cumplir la ley.
Al escucharlo recordé a otro ultraderechista, Richard Nixon, que décadas atrás ganó finalmente la presidencia de Estados Unidos convocando a la "mayoría silenciosa" que hoy tiene al país hundido en una división que amenaza la estabilidad.
Y Madrazo, académico, ¡quién lo hubiera creído!, recurrió a estadísticas: 60 millones de delitos en los últimos cinco años, y sólo dos de cien son objeto de proceso penal. Propuestas y más propuestas para las que no hay presupuesto; nuevas entidades, institutos, comisiones; palabras y más palabras; guerra de encuestas y libros obviamente escritos por asesores de los candidatos.
Andrés Manuel, en cambio, reposado, digno, sencillo, sin pretensiones, imbuido de su apostolado cívico en defensa de los pobres, la soberanía y la democracia incluyente, estuvo conciliador, pero recordó a los electores la infamia del desafuero, y los espots televisivos que difunden la política del miedo.
En el primer debate presidencial la pregunta en boca de todos fue: ¿Asistirá López Obrador?, y en el segundo la pregunta se convirtió en preocupación o emoción: ¡Va a asistir López Obrador! Por eso, por haberle dado fuego a una de las campañas políticas más aburridas de los últimos tiempos, por haber superado todos los obstáculos (inclusive la trampa mortal del desafuero), y por haber abierto a debate nacional el legítimo pero olvidado tema de los pobres, Andrés Manuel López Obrador se ha convertido en el candidato indispensable.
La suerte está echada, la contienda será entre el candidato de Estado y el candidato del pueblo. Y, como dijo López Obrador, "ya le toca al pueblo".
Por eso quienes preparan la elección de Estado del 2 de julio aprovecharon su ausencia en el primer debate presidencial para lanzar un mensaje que le costó puntos en las encuestas: "AMLO está tan seguro del triunfo que desprecia a los votantes".
El hecho es que sin su presencia el primer debate fue un ejercicio de "chicos aplicados de secundaria repitiendo la lección" (para evocar al jefe Diego), y ayer, con él, la contienda adquirió finalmente el nivel de un verdadero debate presidencial, en el que derechas e izquierdas subieron a la tribuna a jugarse el futuro del país; a jugárselo en presencia de Roberto Madrazo, que no acaba de encontrar su lugar en la geografía política y continúa atrapado en su falta de credibilidad.
"Credibilidad" es el nombre del juego en una elección abierta, y para bien o para mal la contienda política mexicana parece haber dado finalmente un vuelco hacia la modernidad. Atrás quedaron lealtades, ideologías partidistas, afiliaciones, colores y banderas: la retórica misma de la Revolución Mexicana y el apostolado panista con olor a eternidad.
Se trata de ganar, y los candidatos se mueven al ritmo de las encuestas. Es ahí donde cuenta la credibilidad. Y López Obrador la tiene: le creen sus simpatizantes, le creen sus partidarios, ¡le creen hasta sus enemigos!
En el debate, que en su mayor parte fue una recitación de discursos aprendidos de memoria, y donde los candidatos se cuidaron más de la cuenta, Felipe Calderón usó una retórica que sonó a bienaventuranza para convocar a una misteriosa fuerza nacional, a la que denominó "la fuerza de los pacíficos", para ayudarle a hacer cumplir la ley.
Al escucharlo recordé a otro ultraderechista, Richard Nixon, que décadas atrás ganó finalmente la presidencia de Estados Unidos convocando a la "mayoría silenciosa" que hoy tiene al país hundido en una división que amenaza la estabilidad.
Y Madrazo, académico, ¡quién lo hubiera creído!, recurrió a estadísticas: 60 millones de delitos en los últimos cinco años, y sólo dos de cien son objeto de proceso penal. Propuestas y más propuestas para las que no hay presupuesto; nuevas entidades, institutos, comisiones; palabras y más palabras; guerra de encuestas y libros obviamente escritos por asesores de los candidatos.
Andrés Manuel, en cambio, reposado, digno, sencillo, sin pretensiones, imbuido de su apostolado cívico en defensa de los pobres, la soberanía y la democracia incluyente, estuvo conciliador, pero recordó a los electores la infamia del desafuero, y los espots televisivos que difunden la política del miedo.
En el primer debate presidencial la pregunta en boca de todos fue: ¿Asistirá López Obrador?, y en el segundo la pregunta se convirtió en preocupación o emoción: ¡Va a asistir López Obrador! Por eso, por haberle dado fuego a una de las campañas políticas más aburridas de los últimos tiempos, por haber superado todos los obstáculos (inclusive la trampa mortal del desafuero), y por haber abierto a debate nacional el legítimo pero olvidado tema de los pobres, Andrés Manuel López Obrador se ha convertido en el candidato indispensable.
La suerte está echada, la contienda será entre el candidato de Estado y el candidato del pueblo. Y, como dijo López Obrador, "ya le toca al pueblo".
0 Comments:
Publicar un comentario
<< Home