Calderón: La forma por el fondo
Otra vez Felipe Calderón volvió a mostrar ese rostro, esa faceta que lo hace parecerse cada vez más a Carlos Salinas de Gortari: la del autoelogio, el engreimiento, la burla, la mofa, la de creer que sólo él piensa y hace bien las cosas y todos los demás son estúpidos. Con la diferencia, claro, de que aquél era inteligente… turbia y malvadamente inteligente.
Al día siguiente de que Andrés Manuel López Obrador presentara en cadena nacional un mal llamado “mensaje a la nación” con algunas propuestas económicas de apoyo al ingreso familiar, Calderón se vio gozoso al descalificarlo: “Generó (AMLO) muchas expectativas, pero en términos futbolísticos resultó un ‘tirititito’, un calcetinazo.” Poco le faltó para decir llanamente que era una tontería lo que estaba proponiendo el candidato de la coalición “Por el bien de todos”. Pero con la cara, la sonrisa burlona, el gesto ufano, lo hizo sentir.
Es ahí, entre otras muchas cosas, donde se parece a Salinas de Gortari. El autor de estas líneas, reportero asignado a la fuente presidencial en los tres últimos años de la gestión –que no mandato--de Salinas de Gortari, tiene constancia de múltiples ocasiones en que éste se excedía en sus desplantes descalificativos, de burla abierta a sus opositores; su desdén a los méritos de otros. Pero recuerda nítidamente la noche del viernes 8 de julio de 1988 --dos días después de aquellas históricas elecciones--, en la que Salinas, reunido con corresponsales extranjeros, les decía que formaría su gabinete con los mejores hombres del país.
--¿Incluirá a algún miembro de la oposición? –le preguntó un periodista extranjero. Y Salinas, riéndose burlonamente, respondió:
--¿A quién?… ¿a Rosario Ibarra? –y todos, él de manera sobresaliente, soltaron la carcajada.
Cómo se pareció Felipe el martes, cuando habló ante la comunidad judía, a ese Salinas de Gortari. La misma actitud de autosuficiencia; el mismo rostro de mofa, de sorna… esos ademanes de todos son pendejos, menos yo.
Ofrezco disculpas al lector por la digresión, pero no dejaré de insistir en que Calderón se pierde en el mismo egocentrismo en que cayó Salinas. Con la ventaja de que éste, si no tenía carisma, estaba respaldado por un eficaz equipo de comunicación, que sabía usar la propaganda, de corte goebeliana, para apuntalarlo. Pero Calderón, sin carisma y sin ese equipo de comunicación, lo único que logra es ir perdiendo puntos en la aceptación de la gente. Ya lo dicen las últimas encuestas.
Pero, bueno, vamos a lo importante:
Hábilmente, Felipe Calderón critica la propuesta de López Obrador no en el fondo de la misma, sino en la forma. Y es allí donde se equivocaron los asesores del perredista, porque ciertamente quedó la impresión de que está ofreciendo dinero y aumentos en efectivo, de manera directa, a todos aquellos que ganan menos de 9 mil pesos mensuales, lo cual no es cierto, pero que Felipe enfocó por ahí. Por eso dijo: “Ese hecho de darle, porque así se entiende, a la gente que gana menos de 9 mil pesos, hasta un incremento de su ingreso, implica varias reformas fiscales como las que no se sacaron adelante. La pregunta es: ¿de dónde va a salir ese dinero?”
Digo que hábilmente, porque él sabe perfectamente –si de algo le sirvieron sus breves estudios de Economía en Harvard--, que sólo un loco podría ofrecer algo parecido a un incremento monetario directo al ingreso de 18 millones de familias, de las 25 millones que hay. Bien sabe Felipe que la propuesta es que, en la medida en que la gente reduzca su gasto en gas, luz y gasolina, tendrá un mayor ingreso disponible.
La propuesta es esa: reducir precios y tarifas de bienes y servicios públicos –energéticos principalmente-- para que la gente disponga de mayor ingreso y pueda consumir más. Y la lógica económica elemental dice, como se expuso en el spot del martes: más ingreso es igual a mayor consumo, y mayor consumo equivale a mayor producción, y a mayor producción más empleos y crecimiento económico. Punto.
Adicionalmente, como lo dijo ese mismo día Rogelio Ramírez de la O, el jefe del equipo económico de López Obrador, la reducción de los precios de los energéticos traerá como efecto la reducción de otros precios, previsiblemente los del transporte, los enseres domésticos y otras compras de supermercados y el entretenimiento, entre otros.
Ciertamente, reducir precios y tarifas trae como consecuencia inmediata una reducción en los ingresos públicos. Y ahí es donde le falta a la propuesta aclarar, detallar convincentemente qué se va a hacer para subsanar ese faltante. Porque no parece suficiente proponer –o decirlo solamente, sin explicar detalladamente, ni discutir su viabilidad-- que se van a recortar 100 mil millones de pesos al gasto corriente, por la vía de la reducción de sueldos a funcionarios, compactar la burocracia, etcétera.
También falta –y es lo más importante-- clarificar cuál es la propuesta política de López Obrador para lograr los consensos necesarios en el próximo Congreso, que permitan sacar adelante las propuestas económicas que, por fuerza, tendrán que ser discutidas y aprobadas en las cámaras legislativas.
Por supuesto, en nada de fondo enfocó sus críticas Felipe Calderón a la propuesta del perredista. Insisto en que hábilmente atacó la forma –el mensaje mediático político-- de esa propuesta.
De hecho, todos los detractores y críticos de López Obrador hicieron lo mismo, aun los que presuntamente saben de economía: que el candidato insiste en las políticas irresponsables del pasado, de querer regalar dinero a manos llenas, de llevar al erario a la bancarrota. Pero ahí, como dice el mexicanísimo refrán, “no tiene la culpa el indio sino el que lo hace compadre”, porque lo que millones de personas vieron y escucharon el martes, a las 9:00 de la noche, en cadena nacional, fue a un candidato prometer que, desde el principio de su gobierno, todos aquellos que ganen menos de 9 mil pesos mensuales mejorarán su nivel de vida, pues verán incrementado su ingreso en un 20% en promedio. Y, también, que habrá “complementos en efectivo y programas sociales en dinero”. Y millones siguen con la finta. No faltará quién pregunte, una vez López Obrador en la Presidencia, dónde hay que hacer cola para recoger la lana.
Ese es el riesgo. Cuando no se explican las cosas, prevalece el engaño, y éste siempre lleva a la decepción.
Comentarios: cgacosta@proceso.com.mx
Al día siguiente de que Andrés Manuel López Obrador presentara en cadena nacional un mal llamado “mensaje a la nación” con algunas propuestas económicas de apoyo al ingreso familiar, Calderón se vio gozoso al descalificarlo: “Generó (AMLO) muchas expectativas, pero en términos futbolísticos resultó un ‘tirititito’, un calcetinazo.” Poco le faltó para decir llanamente que era una tontería lo que estaba proponiendo el candidato de la coalición “Por el bien de todos”. Pero con la cara, la sonrisa burlona, el gesto ufano, lo hizo sentir.
Es ahí, entre otras muchas cosas, donde se parece a Salinas de Gortari. El autor de estas líneas, reportero asignado a la fuente presidencial en los tres últimos años de la gestión –que no mandato--de Salinas de Gortari, tiene constancia de múltiples ocasiones en que éste se excedía en sus desplantes descalificativos, de burla abierta a sus opositores; su desdén a los méritos de otros. Pero recuerda nítidamente la noche del viernes 8 de julio de 1988 --dos días después de aquellas históricas elecciones--, en la que Salinas, reunido con corresponsales extranjeros, les decía que formaría su gabinete con los mejores hombres del país.
--¿Incluirá a algún miembro de la oposición? –le preguntó un periodista extranjero. Y Salinas, riéndose burlonamente, respondió:
--¿A quién?… ¿a Rosario Ibarra? –y todos, él de manera sobresaliente, soltaron la carcajada.
Cómo se pareció Felipe el martes, cuando habló ante la comunidad judía, a ese Salinas de Gortari. La misma actitud de autosuficiencia; el mismo rostro de mofa, de sorna… esos ademanes de todos son pendejos, menos yo.
Ofrezco disculpas al lector por la digresión, pero no dejaré de insistir en que Calderón se pierde en el mismo egocentrismo en que cayó Salinas. Con la ventaja de que éste, si no tenía carisma, estaba respaldado por un eficaz equipo de comunicación, que sabía usar la propaganda, de corte goebeliana, para apuntalarlo. Pero Calderón, sin carisma y sin ese equipo de comunicación, lo único que logra es ir perdiendo puntos en la aceptación de la gente. Ya lo dicen las últimas encuestas.
Pero, bueno, vamos a lo importante:
Hábilmente, Felipe Calderón critica la propuesta de López Obrador no en el fondo de la misma, sino en la forma. Y es allí donde se equivocaron los asesores del perredista, porque ciertamente quedó la impresión de que está ofreciendo dinero y aumentos en efectivo, de manera directa, a todos aquellos que ganan menos de 9 mil pesos mensuales, lo cual no es cierto, pero que Felipe enfocó por ahí. Por eso dijo: “Ese hecho de darle, porque así se entiende, a la gente que gana menos de 9 mil pesos, hasta un incremento de su ingreso, implica varias reformas fiscales como las que no se sacaron adelante. La pregunta es: ¿de dónde va a salir ese dinero?”
Digo que hábilmente, porque él sabe perfectamente –si de algo le sirvieron sus breves estudios de Economía en Harvard--, que sólo un loco podría ofrecer algo parecido a un incremento monetario directo al ingreso de 18 millones de familias, de las 25 millones que hay. Bien sabe Felipe que la propuesta es que, en la medida en que la gente reduzca su gasto en gas, luz y gasolina, tendrá un mayor ingreso disponible.
La propuesta es esa: reducir precios y tarifas de bienes y servicios públicos –energéticos principalmente-- para que la gente disponga de mayor ingreso y pueda consumir más. Y la lógica económica elemental dice, como se expuso en el spot del martes: más ingreso es igual a mayor consumo, y mayor consumo equivale a mayor producción, y a mayor producción más empleos y crecimiento económico. Punto.
Adicionalmente, como lo dijo ese mismo día Rogelio Ramírez de la O, el jefe del equipo económico de López Obrador, la reducción de los precios de los energéticos traerá como efecto la reducción de otros precios, previsiblemente los del transporte, los enseres domésticos y otras compras de supermercados y el entretenimiento, entre otros.
Ciertamente, reducir precios y tarifas trae como consecuencia inmediata una reducción en los ingresos públicos. Y ahí es donde le falta a la propuesta aclarar, detallar convincentemente qué se va a hacer para subsanar ese faltante. Porque no parece suficiente proponer –o decirlo solamente, sin explicar detalladamente, ni discutir su viabilidad-- que se van a recortar 100 mil millones de pesos al gasto corriente, por la vía de la reducción de sueldos a funcionarios, compactar la burocracia, etcétera.
También falta –y es lo más importante-- clarificar cuál es la propuesta política de López Obrador para lograr los consensos necesarios en el próximo Congreso, que permitan sacar adelante las propuestas económicas que, por fuerza, tendrán que ser discutidas y aprobadas en las cámaras legislativas.
Por supuesto, en nada de fondo enfocó sus críticas Felipe Calderón a la propuesta del perredista. Insisto en que hábilmente atacó la forma –el mensaje mediático político-- de esa propuesta.
De hecho, todos los detractores y críticos de López Obrador hicieron lo mismo, aun los que presuntamente saben de economía: que el candidato insiste en las políticas irresponsables del pasado, de querer regalar dinero a manos llenas, de llevar al erario a la bancarrota. Pero ahí, como dice el mexicanísimo refrán, “no tiene la culpa el indio sino el que lo hace compadre”, porque lo que millones de personas vieron y escucharon el martes, a las 9:00 de la noche, en cadena nacional, fue a un candidato prometer que, desde el principio de su gobierno, todos aquellos que ganen menos de 9 mil pesos mensuales mejorarán su nivel de vida, pues verán incrementado su ingreso en un 20% en promedio. Y, también, que habrá “complementos en efectivo y programas sociales en dinero”. Y millones siguen con la finta. No faltará quién pregunte, una vez López Obrador en la Presidencia, dónde hay que hacer cola para recoger la lana.
Ese es el riesgo. Cuando no se explican las cosas, prevalece el engaño, y éste siempre lleva a la decepción.
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