MÉXICO Y LAS ELECCIONES SEMIPERFECTAS
Por Eduardo Bueno León *
LA DICTADURA VARGASLLOSIANA
Hace unos años invitado para participar en un evento cultural en la ciudad de México, Mario Vargas Llosa declaró ante una auditórium lleno y la mirada enrojecida de su anfitrión Octavio Paz, que en México existía “una dictadura perfecta”. Se refería al régimen-gobierno del PRI y su maquinaria movilizadora de masas. Era presidente Carlos Salinas de Gortari y aunque México desde 1985 había comenzado una serie de cambios, el escritor peruano-español, minimizó los mismos o no entendió o no quiso entenderlos.
Discernir entre dictadura y autorismo, o régimen oligárquico de masas y régimen populista no es justamente una de las virtudes intelectuales del escritor liberal. Además el hecho de ser huésped con fondos del gobierno mexicano al cual se atrevía a criticar, fue considerado casi una traición. Octavio Paz no lo volvería a invitar.
Vargas Llosa tubo que salir casi corriendo de México, ante el riesgo evidente que fuese declarado persona no grata. A los pocos días fue demolido en la prensa oficialista, con el consentimiento de intelectuales, sindicalistas, líderes políticos y académicos. A los mexicanos no les gusta que un extranjero, les señale sus defectos o debilidades, aunque estas sean muy notorias.
Sin embargo la frase malhadada pervivió varios años y fue motivo de reflexión y polémica, aunque quedó luego olvidada ante el nuevo discurso de la transición a la democracia.
Después de lo acontecido el pasado 2 de julio, podemos señalar que la transición en México significó el relevo de unos actores políticos por otros, pero manteniendo y dándole continuidad al mismo modelo económico-financiero neoliberal. Los actores de dicho modelo son grupos empresariales, que no conciben el proceso democrático fuera de dicho modelo. El poder de intervención en lo político por parte de dichos grupos, ha desequilibrado el reciente proceso electoral en México en contra del candidato de la izquierda.
Esa es la auténtica dictadura perfecta latinoamericana, y no como la concibió simplistamente Vargas Llosa.
EL PRESIDENTE EN CAMPAÑA
México vivió hace unos días la jornada final de su proceso electoral presidencial. Y los resultados han generado una gran incertidumbre. La diferencia entre Felipe Calderón y Andrés Manuel López Obrador es de 0.58 % casi 236,000 votos a favor del primero. Si consideramos que asistieron a votar casi 41 millones de mexicanos, la diferencia es mínima, exigua, casi ridícula.
El Instituto Federal Electoral (IFE) luego de algunos titubeos y postergaciones proclamó ganador a Felipe Calderón, candidato del PAN, el partido de la derecha neoliberal mexicana. Inmediatamente López Obrador, candidato de la izquierda, sé inconformó con los resultados e inició un procedimiento de impugnación ante el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación, el órgano que califica las elecciones. De prosperar la impugnación los resultados finales pueden tardar varias semanas en conocerse.
El proceso electoral que comenzó en enero de este año, fue exageradamente hostil, largo, derrochador y sumamente inequitativo con el candidato de la izquierda, el cual por otro lado, se confió en sus propias encuestas y olfato político para mantener un esquema de campaña basado en el victimismo, lo inevitable de su triunfo, y la apelación constante a los pobres como actores del futuro.
El Gobierno del Presidente Vicente Fox demostró tener una gran capacidad de rectificación, cuando sus decisiones generaban controversias que amenazaron dividir al país. Lo hizo exhibiendo una gran tolerancia con la marcha indígena del EZLN al Distrito Federal en el 2001 y suspendiendo la expropiación de las tierras de los egidatarios del municipio de Atenco, cerca del DF, postergándose indefinidamente la construcción de un nuevo aeropuerto internacional.
Y volvió a rectificarse cuando suspendió el proceso de desafuero contra el Jefe de Gobierno del Distrito Federal (Alcalde), Andrés Manuel López Obrador, quien injusta e ilegalmente fu desaforado por el Congreso de los diputados en el 2004, gracias a una alianza PAN-PRI. Hasta ese momento López Obrador liderada todas las encuestas de tendencia de voto para las elecciones presidenciales.
De haberse consumado el desafuero, hubiese perdido sus derechos políticos y no hubiese podido ser candidato presidencial, pero se hubiese dado inicio a un movimiento de resistencia civil que hubiese probablemente bloqueado las elecciones.
Empero, el Presidente de la República no pudo en la campaña electoral, contener su profunda inquina contra López Obrador, quien casi comenzando el sexenio le comenzó a disputar el protagonismo social y político desde la Jefatura de Gobierno del DF. Según testimonios de empresarios neutrales, filtrados por la revista Proceso y el diario La Jornada, al Presidente lo presionaron los principales grupos financieros, banqueros, mediáticos e industriales de México para impedir el triunfo de López Obrador, especialmente los beneficiados con el salvatage bancario llamado FOBAPROA, donde la oligarquía mexicana socializó las pérdidas de sus empresas con recursos públicos, mientras privatizó sus ganancias.
López Obrador fue un duro crítico del FOBAPROA que ha llevado al estado a pagar intereses leoninos a los bancos de forma casi permanente, sin que ello le reporte ningún beneficio. Y no se sentía parte del consenso al interior de la clase política de “olvidar” el tema.
Pasando por encima de las recomendaciones del IFE y el Tribunal Supremo, el Presidente Fox lanzó una multimillonaria campaña mediática promoviendo su obra pública e induciendo a votar por el candidato de su partido. Algo que siempre el PAN le reclamó a los presidentes del PRI. Ni siquiera Ernesto Zedillo exhibió el descarado activismo de Fox a favor del PAN en esta campaña. Y Fox renovó la alianza entre Televisa, el oligopolio mediático dominante en México y la Presidencia de la República.
Por otro lado, Felipe Calderón candidato del PAN y oriundo de las canteras doctrinarias históricas de dicho partido, logró hacerse de la candidatura enfrentando al neo panismo foxista, para luego terminar de aliarse con el equipo del Presidente y con la extrema derecha ultra católica. Su campaña no despegó en las primeras semanas y sólo pudo hacerlo cuando sus asesores del Partido Popular de España, le recomendaron una guerra sucia contra el candidato de la izquierda.
LA GUERRA SUCIA
México es un país de gente amable y educada, que logra disimular muy bien sus fobias, prejuicios, estereotipos. Es muy raro por ejemplo que entre automovilistas mexicanos “se agarren “ y se insulten en la calle hasta desquiciarse. Eso corresponde más a la cultura urbana sudamericana.
El PAN desató una agresiva campaña sucia mediática, casi inédita para los stándares mexicanos contra López Obrador. Las acusaciones que se le hicieron fueron puras mentiras, por ejemplo se le trató de vincular al Presidente Hugo Chávez (la bestia negra de la derecha latinoamericana) con imágenes traslapadas, y López Obrador ni siquiera conoce a Chávez. Se machacó de forma constante que su candidatura era “un peligro para México”, que su gobierno desataría una crisis que haría perder sus casas y automóviles a la gente que tenía pactados préstamos o hipotecas. Es decir se inculcó miedo. Y se desató la paranoia entre la clase media adicta a Televisa.
López Obrador y su equipo no supieron como contrarrestar dicha campaña, que le hizo perder el liderazgo en las encuestas y casi cinco puntos de apoyo que nunca regresaron.
También y cuando ya estaba prohibido difundir spots, el llamado Consejo Coordinador Empresarial lanzó una campaña publicitaria apocalíptica contra López Obrador, que objetivamente violaban la ley electoral. El IFE no actuó contra estos desmanes empresariales y cundió el argumento entre los defensores panistas de la guerra sucia y sus abogados, que los ciudadanos mexicanos tenían derecho a ser informados. Con todo el cinismo del caso se confundió libertad de expresión con libertad para difamar.
Lo curioso es que Felipe Calderón, una vez que el IFE lo proclamó ganador – en clara violación de los procedimientos electorales-, le ofreció a López Obrador integrarlo en gabinete al igual que a sus colaboradores. La pregunta cundió como pólvora encendida...¿Cómo no era hasta ayer un peligro para México y ahora se le ofrece integrarlo al gabinete?
LOS RESULTADOS Y SUS BEMOLES
Si el proceso electoral no fue equitativo y su legalidad discutible, por la injerencia presidencial, la intromisión de intereses privados empresariales y por la campaña sucia que alentó el miedo y la paranoia, con un IFE parcializado en contra del candidato de la izquierda, y con un margen de diferencia mínimo, es lógico que López Obrador descalificara el proceso y amenace con deslegitimar al nuevo gobierno.
Y también es lógico que exija un nuevo recuento de votos, urna por urna. Algo que decidirá el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación, con lo cual y en vista de los estrechos márgenes, y pese al exabrupto del IFE, Felipe Calderón no puede asumirse como Presidente electo. Lo más inteligente de su parte sería sumarse al pedido de López Obrador, para que su triunfo no tenga ningún cuestionamiento ni su gobierno nazca deslegitimado. El recuento voto a voto, pese a sus riesgos se ha practicado recientemente en las elecciones de Costa Rica e Italia.
Así están las cosas. Mientras tanto el PRD y la coalición que encabeza están haciendo acopio de pruebas, testimonios y evidencias para lograr el recuento de voto por voto. Hay tres elementos que juegan a favor de la izquierda y que podrían darle la razón a sus reclamos ante el tribunal electoral. Primero, está casi confirmado que el Programa de Resultados Preliminares del IFE fue manipulado para dar como triunfador provisional a Felipe Calderón.
Segundo está probado que hay casillas electorales y actas que no son consistentes, es decir hay mayor número de votos que empadronados y bruscas alteraciones de tendencia en Estados donde el PAN arrasó, como son Guanaguato, Jalisco y Aguascalientes.
Tercero, hay una polémica entre científicos, matemáticos, especialistas informáticos respecto a la credibilidad del sistema cinernético del IFE. Incluso la UNAM se ha desligado de todo tipo de responsabilidad sobre el sistema que ayudó a diseñar a través de sus institutos. Ha aparecido la teoría del “algoritmo fraudulento”, un procedimiento matemático que supuestamente reoriontó las tendencias de recuento de votos, trasladando votación de López Obrador a Felipe Calderón. Dicho algoritmo habría sido diseñado y operado desde el mismo IFE.
López Obrador comienza a movilizar a la gente, se va apoyar en la movilización ciudadana. El PAN y los medios de comunicación que lo apoyan comienzan a criminalizar a López Obrador. La crisis electoral-constitucional puede derivar en una crisis política de régimen sumamente delicada.
Pero lo que si ha quedado en evidencia en esta elección es que la sociedad mexicana está profundamente dividida, tanto en clases sociales, como en zonas culturales y espacios territoriales. El nacionalismo revolucionario mantuvo ideológicamente cohesionada a la sociedad, el neoliberalismo la ha dividido y fragmentado. No hay un principio articulador que no sea una vaga noción de la llamada mexicanidad. Y el encono azuzado por los medios, la campaña sucia, y los resultados cuestionados, pueden tal vez haber fracturado de forma irreversible a México.
LA DICTADURA VARGASLLOSIANA
Hace unos años invitado para participar en un evento cultural en la ciudad de México, Mario Vargas Llosa declaró ante una auditórium lleno y la mirada enrojecida de su anfitrión Octavio Paz, que en México existía “una dictadura perfecta”. Se refería al régimen-gobierno del PRI y su maquinaria movilizadora de masas. Era presidente Carlos Salinas de Gortari y aunque México desde 1985 había comenzado una serie de cambios, el escritor peruano-español, minimizó los mismos o no entendió o no quiso entenderlos.
Discernir entre dictadura y autorismo, o régimen oligárquico de masas y régimen populista no es justamente una de las virtudes intelectuales del escritor liberal. Además el hecho de ser huésped con fondos del gobierno mexicano al cual se atrevía a criticar, fue considerado casi una traición. Octavio Paz no lo volvería a invitar.
Vargas Llosa tubo que salir casi corriendo de México, ante el riesgo evidente que fuese declarado persona no grata. A los pocos días fue demolido en la prensa oficialista, con el consentimiento de intelectuales, sindicalistas, líderes políticos y académicos. A los mexicanos no les gusta que un extranjero, les señale sus defectos o debilidades, aunque estas sean muy notorias.
Sin embargo la frase malhadada pervivió varios años y fue motivo de reflexión y polémica, aunque quedó luego olvidada ante el nuevo discurso de la transición a la democracia.
Después de lo acontecido el pasado 2 de julio, podemos señalar que la transición en México significó el relevo de unos actores políticos por otros, pero manteniendo y dándole continuidad al mismo modelo económico-financiero neoliberal. Los actores de dicho modelo son grupos empresariales, que no conciben el proceso democrático fuera de dicho modelo. El poder de intervención en lo político por parte de dichos grupos, ha desequilibrado el reciente proceso electoral en México en contra del candidato de la izquierda.
Esa es la auténtica dictadura perfecta latinoamericana, y no como la concibió simplistamente Vargas Llosa.
EL PRESIDENTE EN CAMPAÑA
México vivió hace unos días la jornada final de su proceso electoral presidencial. Y los resultados han generado una gran incertidumbre. La diferencia entre Felipe Calderón y Andrés Manuel López Obrador es de 0.58 % casi 236,000 votos a favor del primero. Si consideramos que asistieron a votar casi 41 millones de mexicanos, la diferencia es mínima, exigua, casi ridícula.
El Instituto Federal Electoral (IFE) luego de algunos titubeos y postergaciones proclamó ganador a Felipe Calderón, candidato del PAN, el partido de la derecha neoliberal mexicana. Inmediatamente López Obrador, candidato de la izquierda, sé inconformó con los resultados e inició un procedimiento de impugnación ante el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación, el órgano que califica las elecciones. De prosperar la impugnación los resultados finales pueden tardar varias semanas en conocerse.
El proceso electoral que comenzó en enero de este año, fue exageradamente hostil, largo, derrochador y sumamente inequitativo con el candidato de la izquierda, el cual por otro lado, se confió en sus propias encuestas y olfato político para mantener un esquema de campaña basado en el victimismo, lo inevitable de su triunfo, y la apelación constante a los pobres como actores del futuro.
El Gobierno del Presidente Vicente Fox demostró tener una gran capacidad de rectificación, cuando sus decisiones generaban controversias que amenazaron dividir al país. Lo hizo exhibiendo una gran tolerancia con la marcha indígena del EZLN al Distrito Federal en el 2001 y suspendiendo la expropiación de las tierras de los egidatarios del municipio de Atenco, cerca del DF, postergándose indefinidamente la construcción de un nuevo aeropuerto internacional.
Y volvió a rectificarse cuando suspendió el proceso de desafuero contra el Jefe de Gobierno del Distrito Federal (Alcalde), Andrés Manuel López Obrador, quien injusta e ilegalmente fu desaforado por el Congreso de los diputados en el 2004, gracias a una alianza PAN-PRI. Hasta ese momento López Obrador liderada todas las encuestas de tendencia de voto para las elecciones presidenciales.
De haberse consumado el desafuero, hubiese perdido sus derechos políticos y no hubiese podido ser candidato presidencial, pero se hubiese dado inicio a un movimiento de resistencia civil que hubiese probablemente bloqueado las elecciones.
Empero, el Presidente de la República no pudo en la campaña electoral, contener su profunda inquina contra López Obrador, quien casi comenzando el sexenio le comenzó a disputar el protagonismo social y político desde la Jefatura de Gobierno del DF. Según testimonios de empresarios neutrales, filtrados por la revista Proceso y el diario La Jornada, al Presidente lo presionaron los principales grupos financieros, banqueros, mediáticos e industriales de México para impedir el triunfo de López Obrador, especialmente los beneficiados con el salvatage bancario llamado FOBAPROA, donde la oligarquía mexicana socializó las pérdidas de sus empresas con recursos públicos, mientras privatizó sus ganancias.
López Obrador fue un duro crítico del FOBAPROA que ha llevado al estado a pagar intereses leoninos a los bancos de forma casi permanente, sin que ello le reporte ningún beneficio. Y no se sentía parte del consenso al interior de la clase política de “olvidar” el tema.
Pasando por encima de las recomendaciones del IFE y el Tribunal Supremo, el Presidente Fox lanzó una multimillonaria campaña mediática promoviendo su obra pública e induciendo a votar por el candidato de su partido. Algo que siempre el PAN le reclamó a los presidentes del PRI. Ni siquiera Ernesto Zedillo exhibió el descarado activismo de Fox a favor del PAN en esta campaña. Y Fox renovó la alianza entre Televisa, el oligopolio mediático dominante en México y la Presidencia de la República.
Por otro lado, Felipe Calderón candidato del PAN y oriundo de las canteras doctrinarias históricas de dicho partido, logró hacerse de la candidatura enfrentando al neo panismo foxista, para luego terminar de aliarse con el equipo del Presidente y con la extrema derecha ultra católica. Su campaña no despegó en las primeras semanas y sólo pudo hacerlo cuando sus asesores del Partido Popular de España, le recomendaron una guerra sucia contra el candidato de la izquierda.
LA GUERRA SUCIA
México es un país de gente amable y educada, que logra disimular muy bien sus fobias, prejuicios, estereotipos. Es muy raro por ejemplo que entre automovilistas mexicanos “se agarren “ y se insulten en la calle hasta desquiciarse. Eso corresponde más a la cultura urbana sudamericana.
El PAN desató una agresiva campaña sucia mediática, casi inédita para los stándares mexicanos contra López Obrador. Las acusaciones que se le hicieron fueron puras mentiras, por ejemplo se le trató de vincular al Presidente Hugo Chávez (la bestia negra de la derecha latinoamericana) con imágenes traslapadas, y López Obrador ni siquiera conoce a Chávez. Se machacó de forma constante que su candidatura era “un peligro para México”, que su gobierno desataría una crisis que haría perder sus casas y automóviles a la gente que tenía pactados préstamos o hipotecas. Es decir se inculcó miedo. Y se desató la paranoia entre la clase media adicta a Televisa.
López Obrador y su equipo no supieron como contrarrestar dicha campaña, que le hizo perder el liderazgo en las encuestas y casi cinco puntos de apoyo que nunca regresaron.
También y cuando ya estaba prohibido difundir spots, el llamado Consejo Coordinador Empresarial lanzó una campaña publicitaria apocalíptica contra López Obrador, que objetivamente violaban la ley electoral. El IFE no actuó contra estos desmanes empresariales y cundió el argumento entre los defensores panistas de la guerra sucia y sus abogados, que los ciudadanos mexicanos tenían derecho a ser informados. Con todo el cinismo del caso se confundió libertad de expresión con libertad para difamar.
Lo curioso es que Felipe Calderón, una vez que el IFE lo proclamó ganador – en clara violación de los procedimientos electorales-, le ofreció a López Obrador integrarlo en gabinete al igual que a sus colaboradores. La pregunta cundió como pólvora encendida...¿Cómo no era hasta ayer un peligro para México y ahora se le ofrece integrarlo al gabinete?
LOS RESULTADOS Y SUS BEMOLES
Si el proceso electoral no fue equitativo y su legalidad discutible, por la injerencia presidencial, la intromisión de intereses privados empresariales y por la campaña sucia que alentó el miedo y la paranoia, con un IFE parcializado en contra del candidato de la izquierda, y con un margen de diferencia mínimo, es lógico que López Obrador descalificara el proceso y amenace con deslegitimar al nuevo gobierno.
Y también es lógico que exija un nuevo recuento de votos, urna por urna. Algo que decidirá el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación, con lo cual y en vista de los estrechos márgenes, y pese al exabrupto del IFE, Felipe Calderón no puede asumirse como Presidente electo. Lo más inteligente de su parte sería sumarse al pedido de López Obrador, para que su triunfo no tenga ningún cuestionamiento ni su gobierno nazca deslegitimado. El recuento voto a voto, pese a sus riesgos se ha practicado recientemente en las elecciones de Costa Rica e Italia.
Así están las cosas. Mientras tanto el PRD y la coalición que encabeza están haciendo acopio de pruebas, testimonios y evidencias para lograr el recuento de voto por voto. Hay tres elementos que juegan a favor de la izquierda y que podrían darle la razón a sus reclamos ante el tribunal electoral. Primero, está casi confirmado que el Programa de Resultados Preliminares del IFE fue manipulado para dar como triunfador provisional a Felipe Calderón.
Segundo está probado que hay casillas electorales y actas que no son consistentes, es decir hay mayor número de votos que empadronados y bruscas alteraciones de tendencia en Estados donde el PAN arrasó, como son Guanaguato, Jalisco y Aguascalientes.
Tercero, hay una polémica entre científicos, matemáticos, especialistas informáticos respecto a la credibilidad del sistema cinernético del IFE. Incluso la UNAM se ha desligado de todo tipo de responsabilidad sobre el sistema que ayudó a diseñar a través de sus institutos. Ha aparecido la teoría del “algoritmo fraudulento”, un procedimiento matemático que supuestamente reoriontó las tendencias de recuento de votos, trasladando votación de López Obrador a Felipe Calderón. Dicho algoritmo habría sido diseñado y operado desde el mismo IFE.
López Obrador comienza a movilizar a la gente, se va apoyar en la movilización ciudadana. El PAN y los medios de comunicación que lo apoyan comienzan a criminalizar a López Obrador. La crisis electoral-constitucional puede derivar en una crisis política de régimen sumamente delicada.
Pero lo que si ha quedado en evidencia en esta elección es que la sociedad mexicana está profundamente dividida, tanto en clases sociales, como en zonas culturales y espacios territoriales. El nacionalismo revolucionario mantuvo ideológicamente cohesionada a la sociedad, el neoliberalismo la ha dividido y fragmentado. No hay un principio articulador que no sea una vaga noción de la llamada mexicanidad. Y el encono azuzado por los medios, la campaña sucia, y los resultados cuestionados, pueden tal vez haber fracturado de forma irreversible a México.
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