Ciudadanos y demócratas
León Bendesky
Los resultados electorales del pasado 2 de julio y el entorno de incertidumbre, malestar y enfrentamiento que han creado en esta sociedad, provienen de una serie de grandes vicios que enmarcan eso que llamamos, todavía con demasiada facilidad, la democracia mexicana.
La democracia como sistema de ordenamiento político efectivo y en un sentido de legitimidad, que es su último sustento duradero, significa, necesariamente, la existencia de un espacio de competencia que sea lo más amplio y equitativo para la acción de los participantes: ciudadanos, partidos, organizaciones sociales, grupos de interés, instituciones diversas.
Ese espacio de competencia no puede limitarse, por supuesto, al ámbito de lo estrictamente electoral, sino que se debe manifestar en todos los aspectos de lo que constituye una existencia democrática, representativa y participativa en términos cotidianos.
En esa segunda dimensión de la actividad política y, por lo tanto, de las relaciones sociales, es donde se expresan de modo conflictivo quienes quieren imponer sus demandas por la fuerza explícita y, también, aquellos que la imponen de facto desde las cúpulas del poder político, económico y financiero.
Pero, en ambos casos: el de todos los días y el de la elección de quienes gobiernan, el déficit democrático es enorme en México y hoy confluyen de manera antagónica en los resultados de una votación cerrada.
La situación en la que está hoy el país no es sólo la expresión de la jornada electoral del 2 de julio, sino de los vicios legales e institucionales que prevalecen y la enmarcaron.
En el centro de la disputa está hoy el propio Instituto Federal Electoral (IFE), entidad necesaria que está pagando el dilema que entraña su estatuto de órgano ciudadano, pero que es objeto del manoseo de los partidos y del poder, desde la Presidencia hasta los medios de comunicación y las representaciones empresariales. Esta enorme falla ha provocado una falta de representatividad social que lo legitime y también de capacidad política, condiciones que han expuesto al IFE de modo muy riesgoso.
La fragilidad de esta democracia se exhibe ahora en lo que debería ser su primer elemento, su expresión básica, la que supuestamente ya habíamos cumplido, que es la contabilidad de los votos. Para muchos eso sólo debería ser cuestión de sumar y, como tal, uno y uno únicamente pueden dar dos y el que gana es quien más sufragios obtuvo.
Esa lógica, válida en el terreno de los números, hoy aparece como fuente de conflicto en su expresión política. Y ya que la elección se ha trasladado del campo del conteo al de la confrontación, la primera instancia institucional para validar los resultados de la votación ha sido rebasada. Y si eso no constituye una expresión de fraude, como al que fue sometido la ciudadanía muchas veces y durante largas décadas, hay cuando menos indicios de posibles irregularidades que pueden no ser de naturaleza menor.
Así que en este terreno en el que se ha puesto el resultado de la votación reciente corresponde al Tribunal Electoral de Poder Judicial de la Federación resolver la cuestión. De su resolución deberá emanar un gobierno con legitimidad y capacidad de acción, de ella dependerá la recomposición de las fuerzas políticas y en buena medida la posibilidad de apaciguar los ánimos sobrecargados que dividen hoy a la sociedad.
Este es un momento relevante para esta sociedad. Esta elección marcó diferencias significativas en la concepción de lo que es y lo que ocurre en el país, y no desaparecerán con el resultado final. Las fuerzas políticas se han reordenado y redefinido de manera sensible, lo cual abre espacios necesarios de activismo y liderazgo político en los dos campos que obtuvieron prácticamente partes iguales de la votación.
No parece un hecho negativo que se exprese en la sociedad la diversidad y la confrontación de las visiones políticas, finalmente es sólo la expresión de la enorme desigualdad social y económica que existe en México.
Los ciudadanos de una y otra posición han de aprender el significado de la democracia, de sus tiempos y sus posibilidades, y nadie puede lanzarlos por delante como carne de cañón para legitimarla.
Los políticos tienen aún más que aprender: la validez democrática proviene de las leyes y las instituciones, de la representatividad de quienes gobiernan, legislan y juzgan. Ahí la larga marcha apenas empieza.
Cito a César Aira para expresar el ánimo que advierto en derredor: "Pero el hábito, más fuerte que el miedo o la admiración, terminó imponiéndose a cualquier otro sentimiento".
Los resultados electorales del pasado 2 de julio y el entorno de incertidumbre, malestar y enfrentamiento que han creado en esta sociedad, provienen de una serie de grandes vicios que enmarcan eso que llamamos, todavía con demasiada facilidad, la democracia mexicana.
La democracia como sistema de ordenamiento político efectivo y en un sentido de legitimidad, que es su último sustento duradero, significa, necesariamente, la existencia de un espacio de competencia que sea lo más amplio y equitativo para la acción de los participantes: ciudadanos, partidos, organizaciones sociales, grupos de interés, instituciones diversas.
Ese espacio de competencia no puede limitarse, por supuesto, al ámbito de lo estrictamente electoral, sino que se debe manifestar en todos los aspectos de lo que constituye una existencia democrática, representativa y participativa en términos cotidianos.
En esa segunda dimensión de la actividad política y, por lo tanto, de las relaciones sociales, es donde se expresan de modo conflictivo quienes quieren imponer sus demandas por la fuerza explícita y, también, aquellos que la imponen de facto desde las cúpulas del poder político, económico y financiero.
Pero, en ambos casos: el de todos los días y el de la elección de quienes gobiernan, el déficit democrático es enorme en México y hoy confluyen de manera antagónica en los resultados de una votación cerrada.
La situación en la que está hoy el país no es sólo la expresión de la jornada electoral del 2 de julio, sino de los vicios legales e institucionales que prevalecen y la enmarcaron.
En el centro de la disputa está hoy el propio Instituto Federal Electoral (IFE), entidad necesaria que está pagando el dilema que entraña su estatuto de órgano ciudadano, pero que es objeto del manoseo de los partidos y del poder, desde la Presidencia hasta los medios de comunicación y las representaciones empresariales. Esta enorme falla ha provocado una falta de representatividad social que lo legitime y también de capacidad política, condiciones que han expuesto al IFE de modo muy riesgoso.
La fragilidad de esta democracia se exhibe ahora en lo que debería ser su primer elemento, su expresión básica, la que supuestamente ya habíamos cumplido, que es la contabilidad de los votos. Para muchos eso sólo debería ser cuestión de sumar y, como tal, uno y uno únicamente pueden dar dos y el que gana es quien más sufragios obtuvo.
Esa lógica, válida en el terreno de los números, hoy aparece como fuente de conflicto en su expresión política. Y ya que la elección se ha trasladado del campo del conteo al de la confrontación, la primera instancia institucional para validar los resultados de la votación ha sido rebasada. Y si eso no constituye una expresión de fraude, como al que fue sometido la ciudadanía muchas veces y durante largas décadas, hay cuando menos indicios de posibles irregularidades que pueden no ser de naturaleza menor.
Así que en este terreno en el que se ha puesto el resultado de la votación reciente corresponde al Tribunal Electoral de Poder Judicial de la Federación resolver la cuestión. De su resolución deberá emanar un gobierno con legitimidad y capacidad de acción, de ella dependerá la recomposición de las fuerzas políticas y en buena medida la posibilidad de apaciguar los ánimos sobrecargados que dividen hoy a la sociedad.
Este es un momento relevante para esta sociedad. Esta elección marcó diferencias significativas en la concepción de lo que es y lo que ocurre en el país, y no desaparecerán con el resultado final. Las fuerzas políticas se han reordenado y redefinido de manera sensible, lo cual abre espacios necesarios de activismo y liderazgo político en los dos campos que obtuvieron prácticamente partes iguales de la votación.
No parece un hecho negativo que se exprese en la sociedad la diversidad y la confrontación de las visiones políticas, finalmente es sólo la expresión de la enorme desigualdad social y económica que existe en México.
Los ciudadanos de una y otra posición han de aprender el significado de la democracia, de sus tiempos y sus posibilidades, y nadie puede lanzarlos por delante como carne de cañón para legitimarla.
Los políticos tienen aún más que aprender: la validez democrática proviene de las leyes y las instituciones, de la representatividad de quienes gobiernan, legislan y juzgan. Ahí la larga marcha apenas empieza.
Cito a César Aira para expresar el ánimo que advierto en derredor: "Pero el hábito, más fuerte que el miedo o la admiración, terminó imponiéndose a cualquier otro sentimiento".
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