Paisaje después de la batalla
No es que los mexicanos descubrieran ahora la corrupción política de su país, es que regresan de la ilusión de haberla dejado atrás. El pasado prevalece sobre el presente y compromete el provenir. Lo anonadante no es la inmoralidad, sino sus dimensiones.
En las recientes elecciones, no se trató de las trampas de un individuo o un grupo para perjudicar a otros, sino de la prevaricación de las instituciones para burlar al pueblo. Según las evidencias, estamos en presencia de una conspiración institucional. El poder que la sociedad confirió a sus gobernantes, fue utilizado contra ella.
La resuelta movilización de los mexicanos contra el fraude, es una acción de defensa del sistema, una apelación dentro de las reglas que las elites harían bien en atender. La oligarquía debiera saber que el límite de lo que las masas pueden tolerar no se fija por aquello que han soportado en el pasado, sino por lo que no están dispuestas a admitir en el futuro.
Para bien y para mal, los tiempos cambian y la globalización funciona por diversos carrilles y si bien ningún país es inmune a las corrientes que cohesionan el sistema, tampoco lo son a las que lo disocian o a las que procuran mínimos de justicia social.
Mexico comparte fronteras con Estados Unidos, pero está muy lejos en términos de desarrollo económico y social. La sociedad norteamericana puede ser indiferente a la legalidad electoral porque los resultados no afectan su estilo de vida, cosa que no curre en América Latina, donde el voto se ha convertido en una herramienta para el cambio, a veces la única.
En la América Latina de hoy el capitalismo es indecentemente primitivo, ni siquiera es necesario confrontarlo para sumarse a las alternativas más avanzadas que, como punto de partida, aspiran a dejar atrás el insoportable poder de las oligarquías nativas, que afincan su dominio en el mantenimiento de escandalosos privilegios, la pobreza y la exclusión.
El contraste entre el inmovilismo de la política mexicana que en los últimos 13 años, después de la firma del Tratado de Libre Comercio con los Estados Unidos, no ha adelantado ni una sola iniciativa significativa, en Sudamérica tienen lugar dinámicos procesos que, aunque con luces y sombras, avanzan en la mismas áreas en las que México no hace más que retroceder.
Los mexicanos que con iguales problemas y esperanzas, quieren avanzar por su propios caminos, hacía sus soluciones, en lugar de ser aplaudidos y estimulados por hacerlo dentro de las reglas fijadas, tratan de ser paralizados, no por la política sino por la anti política.
Uno de los riesgos de la corrupción es que se torne endémica y pase a formar parte del ADN social. En ese caso, ocurre un desplome de las defensas que protegen a la sociedad frente a ella y el mal puede volverse incurable.
Por su enorme plasticidad y abundantes vasos comunicantes, la corrupción es un fenómeno social que se desplaza de unos campos a otros. Desde la economía invade la política y viceversa, se filtra hacía los agentes de ley, los institutos militares, la administración de justicia y los órganos electorales, incluso penetra en la cultura y la ideología.
Corrupción es también la perversión del pensamiento, la promoción de la vileza, una enfermedad letal que atenta contra la convivencia social y es enemiga de la democracia. De todas las expresiones de la corrupción, ninguna es tan grave como los abusos de poder que, mediante el control de las instituciones es capaz de prevalecer sobre la voluntad ciudadana.
Al protestar y reclamar, los mexicanos no defienden sólo a un partido ni a un líder, sino la estabilidad y la tranquilidad de su país, la gobernabilidad y las alternativas de progreso. Tal vez ya se combate en la última línea de defensa del sistema. Detrás, puede estar el caos.
En las recientes elecciones, no se trató de las trampas de un individuo o un grupo para perjudicar a otros, sino de la prevaricación de las instituciones para burlar al pueblo. Según las evidencias, estamos en presencia de una conspiración institucional. El poder que la sociedad confirió a sus gobernantes, fue utilizado contra ella.
La resuelta movilización de los mexicanos contra el fraude, es una acción de defensa del sistema, una apelación dentro de las reglas que las elites harían bien en atender. La oligarquía debiera saber que el límite de lo que las masas pueden tolerar no se fija por aquello que han soportado en el pasado, sino por lo que no están dispuestas a admitir en el futuro.
Para bien y para mal, los tiempos cambian y la globalización funciona por diversos carrilles y si bien ningún país es inmune a las corrientes que cohesionan el sistema, tampoco lo son a las que lo disocian o a las que procuran mínimos de justicia social.
Mexico comparte fronteras con Estados Unidos, pero está muy lejos en términos de desarrollo económico y social. La sociedad norteamericana puede ser indiferente a la legalidad electoral porque los resultados no afectan su estilo de vida, cosa que no curre en América Latina, donde el voto se ha convertido en una herramienta para el cambio, a veces la única.
En la América Latina de hoy el capitalismo es indecentemente primitivo, ni siquiera es necesario confrontarlo para sumarse a las alternativas más avanzadas que, como punto de partida, aspiran a dejar atrás el insoportable poder de las oligarquías nativas, que afincan su dominio en el mantenimiento de escandalosos privilegios, la pobreza y la exclusión.
El contraste entre el inmovilismo de la política mexicana que en los últimos 13 años, después de la firma del Tratado de Libre Comercio con los Estados Unidos, no ha adelantado ni una sola iniciativa significativa, en Sudamérica tienen lugar dinámicos procesos que, aunque con luces y sombras, avanzan en la mismas áreas en las que México no hace más que retroceder.
Los mexicanos que con iguales problemas y esperanzas, quieren avanzar por su propios caminos, hacía sus soluciones, en lugar de ser aplaudidos y estimulados por hacerlo dentro de las reglas fijadas, tratan de ser paralizados, no por la política sino por la anti política.
Uno de los riesgos de la corrupción es que se torne endémica y pase a formar parte del ADN social. En ese caso, ocurre un desplome de las defensas que protegen a la sociedad frente a ella y el mal puede volverse incurable.
Por su enorme plasticidad y abundantes vasos comunicantes, la corrupción es un fenómeno social que se desplaza de unos campos a otros. Desde la economía invade la política y viceversa, se filtra hacía los agentes de ley, los institutos militares, la administración de justicia y los órganos electorales, incluso penetra en la cultura y la ideología.
Corrupción es también la perversión del pensamiento, la promoción de la vileza, una enfermedad letal que atenta contra la convivencia social y es enemiga de la democracia. De todas las expresiones de la corrupción, ninguna es tan grave como los abusos de poder que, mediante el control de las instituciones es capaz de prevalecer sobre la voluntad ciudadana.
Al protestar y reclamar, los mexicanos no defienden sólo a un partido ni a un líder, sino la estabilidad y la tranquilidad de su país, la gobernabilidad y las alternativas de progreso. Tal vez ya se combate en la última línea de defensa del sistema. Detrás, puede estar el caos.
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