¡Nos comieron vivos!
Existió desde el comienzo de este sexenio un plan para mantener en el poder al PAN después de Fox, y se trabajó por esto durante seis años con todas las ventajas que dio el dinero a raudales y sin control
Alfredo Esquivel Avila/Colaboración especial
Sábado 8 de Julio de 2006No podía esperarse otra cosa del gobierno foxipanista. Por fin se consumó el fraude electoral largamente presentido por todos los mexicanos, celebra- do por muchos y repudiado por la inmensa mayoría. En este espacio dejé escrita mi duda acerca del rumbo que tomaría la decisión de Fox en cuanto a su sucesión: la burda imposición, o bien el respecto a la voluntad ciudadana. En el fuero interno de mi conciencia guardaba, ilusamente, la esperanza de que el presidente, en un momento de lucidez y con una pizca de patriotismo -nunca mostrado en su sexenio-, no nos impusiera a Calderón. Con este gesto de honradez cívica habría borrado en mucho seis años de infausto gobierno y lo hubiese limpiado en alguna medida, lo que ocurrió. Ahora la incógnita se despejó, dejando una estela de inconformidad en el pueblo, una frustración cuyo desenlace es aún incierto porque el fraude es una estafa larga y meticulosamente perpetrada con todo el poder del gobierno. Hoy, después de la brutal burla a la voluntad popular nos explicamos muchas de las acciones y manifestaciones de los foxipanistas, actos que ingenua y negligentemente permitimos que ocurrieran; el uso indiscriminado de recursos públicos, primero a favor del fracasado Creel, y después en pro del michoacano; la conformación, a modo, de los consejeros del IFE; la ilegal intromisión y asesoría de políticos españoles conservadores; la entrega descarada de concesiones al duopolio televisivo; el avasallante y descarado apoyo de locutores y analistas mercenarios al candidato oficial; la ampliamente probada intervención del cuñado de Calderón en el sistema computacional del IFE; los pactos secretos con destacados líderes priístas y perredistas convenencieros, y carentes de principios y de lealtad a sus partidos, y la agresiva y arrogante seguridad mostrada por Felipe y sus allegados aduladores. Todo está muy claro. Obviamente, existió desde el comienzo de este sexenio un plan para mantener en el poder al PAN después de Fox, y se trabajó por esto durante seis años con todas las ventajas que dio el dinero a raudales y sin control, y el poder que sin escrúpulo alguno ignoró a nuestra Constitución. Lo doloroso no es que haya existido tan evidente plan, sino que no se le haya puesto la atención debida por parte de los partidos de la oposición. Nos tuvieron metidos en su maquinación perversa y ni cuenta nos dimos, por nuestra ignorancia y nuestra apatía. ¡Cómo deben haberse burlado del pueblo los panistas, los yunquistas y los gobernantes en sus cenáculos privados, viendo a la inmensa mayoría de los ciudadanos tan entusiasmados con López Obrador, y también a millones de ellos con Madrazo, dejándolos seguir, mirándolos con la sonrisa irónica que les producía la seguridad de que, al final del camino, todos caeríamos en su trampa trituradora! Ellos jugaron a la segura y tramposamente. Contaron siempre con todo el aparato del Estado para hacer lo que quisieron, incluyendo fechorías injustificables tan evidentes como recibir todo el respaldo de poderes fácticos y del mismísimo poder judicial, previamente corrompido, que aplaudieron los estropicios del candidato gubernamental y ensordecieron sus errores, así como los delitos cometidos por sus familiares y el nepotismo viable en los puestos por ellos ocupados. Yo estoy convencido de que se reconocería honestamente una derrota transparente. Sin embargo, en las actuales circunstancias se entiende que no se acepte un descalabro urdido, que no corresponde a la realidad. No hubo una pelea limpia, sino que fue un atraco vil a la voluntad popular, perpetrado tras bambalinas del poder, disfrazado de un triunfo reñido y sustentado en monstruosas inequidades, trampas y fuerzas montoneras y cobardes que se lanzaron a un solo hombre de pies a cabeza, que mostró integridad y valor: Andrés Manuel López Obrador. No soy perredista, pero como mexicano me digo: ¡Cómo es posible que no se haya hecho nada a tiempo para frenar la ascensión al poder de otro Fox y del yunque, encarnados en Felipe Calderón! Los mexicanos nacionalistas nos fuimos con la finta y nos tragamos la vil mentira emanada de todo un sistema articulado, cuyos máximos íconos declaraban insistentemente que un fraude electoral era imposible en estos tiempos en que nuestra democracia se había consolidado, y donde todos los partidos estarían presentes desde las casillas electorales. ¡Qué ilusos fuimos nosotros, y qué perversos fueron los foxipanistas! Las señales de irregularidades se dieron antes y después de la emisión del voto, y no las quisimos ver, ni nadie dijo nada, ni menos se opuso una denuncia contundente. Nos dejamos llevar por las condiciones desastrosas en que tienen al país los sátrapas de nuevo cuño, y por la pulsión romántica de creer que todos los sectores sociales castigados por la prepotencia panista se rebelarían el 2 de julio y se cobrarían en las urnas la onerosa factura. Nunca creímos -¡inaudita ingenuidad!- que la descarada compra o coacción del voto con dineros del erario público, ni mucho menos que la campaña orquestada en todos los centros del poder político y económico para consumar la imposición, se pudieran dar en una sociedad profusamente ofendida, agraviada, defraudada, engañada y saqueada como nunca antes por el panismo corrupto e insaciable. Hoy, tras el robo electoral del siglo, nos queda una cauda enorme de experiencias amargas, que en su momento habrán de ser analizadas. Más entre todas ellas sobresale una, la más hiriente, la más peligrosa, la que queda en las conciencias de los mexicanos bien nacidos como un dolor lacerante, y como un daño profundo al futuro de México, y es la que nos hace pensar en que no importa que una gran mayoría concurra a las urnas a votar, a depositar su voluntad creyendo que ésta será respetada, sí, como ocurre ahora, en los espacios adecuados, los más escondidos, fueron colocados en los cargos del IFE y al frente de las computadoras operadores mercenarios y sádicos con máscaras de honorabilidad, de ética y de autonomía. A nosotros, a quienes votamos por López Obrador, siendo o no perredistas, no nos ganaron ni Calderón -a quien no se le ven cualidades para presidirnos- ni sus compinches. Nos masacró -de momento-, electoralmente hablando, un sujeto tramposo, mañoso, faccioso y demagogo que se pasó seis años autoelogiándose por creerse un parteaguas en la historia, que vociferaba a tontas y a locas su democracia, que llegó al poder también de manera sospechosa y que, al final de su gobierno entreguista y corrupto, se desenmascaró como el principal autor del fraude de Estado, como un vulgar hampón trasgresor de la ley que utilizó al poder, y la fuerza de la República al servicio de su partido y de su candidato mediocre. Vicente Fox es el responsable mayor del incalificable atraco a la voluntad popular. Ya se ganó su lugar en la historia como el mayor sátrapa de los últimos cien años. Es claro, pues, que no ganó Felipe; nos robó Vicente. ¡Y cómo no nos iba a comer vivos! Con el dinero y el poderío que tuvo en sus manos, cualquier mal nacido puede manosear y ganar una «elección» como la reciente. Nada más que Vicente no era un cualquiera; era el Presidente de México, pero prefirió cambiar este digno título por los bártulos de un facineroso sin escrúpulos, sin principios y sin nada que lo haga digno de ser mexicano.
Alfredo Esquivel Avila/Colaboración especial
Sábado 8 de Julio de 2006No podía esperarse otra cosa del gobierno foxipanista. Por fin se consumó el fraude electoral largamente presentido por todos los mexicanos, celebra- do por muchos y repudiado por la inmensa mayoría. En este espacio dejé escrita mi duda acerca del rumbo que tomaría la decisión de Fox en cuanto a su sucesión: la burda imposición, o bien el respecto a la voluntad ciudadana. En el fuero interno de mi conciencia guardaba, ilusamente, la esperanza de que el presidente, en un momento de lucidez y con una pizca de patriotismo -nunca mostrado en su sexenio-, no nos impusiera a Calderón. Con este gesto de honradez cívica habría borrado en mucho seis años de infausto gobierno y lo hubiese limpiado en alguna medida, lo que ocurrió. Ahora la incógnita se despejó, dejando una estela de inconformidad en el pueblo, una frustración cuyo desenlace es aún incierto porque el fraude es una estafa larga y meticulosamente perpetrada con todo el poder del gobierno. Hoy, después de la brutal burla a la voluntad popular nos explicamos muchas de las acciones y manifestaciones de los foxipanistas, actos que ingenua y negligentemente permitimos que ocurrieran; el uso indiscriminado de recursos públicos, primero a favor del fracasado Creel, y después en pro del michoacano; la conformación, a modo, de los consejeros del IFE; la ilegal intromisión y asesoría de políticos españoles conservadores; la entrega descarada de concesiones al duopolio televisivo; el avasallante y descarado apoyo de locutores y analistas mercenarios al candidato oficial; la ampliamente probada intervención del cuñado de Calderón en el sistema computacional del IFE; los pactos secretos con destacados líderes priístas y perredistas convenencieros, y carentes de principios y de lealtad a sus partidos, y la agresiva y arrogante seguridad mostrada por Felipe y sus allegados aduladores. Todo está muy claro. Obviamente, existió desde el comienzo de este sexenio un plan para mantener en el poder al PAN después de Fox, y se trabajó por esto durante seis años con todas las ventajas que dio el dinero a raudales y sin control, y el poder que sin escrúpulo alguno ignoró a nuestra Constitución. Lo doloroso no es que haya existido tan evidente plan, sino que no se le haya puesto la atención debida por parte de los partidos de la oposición. Nos tuvieron metidos en su maquinación perversa y ni cuenta nos dimos, por nuestra ignorancia y nuestra apatía. ¡Cómo deben haberse burlado del pueblo los panistas, los yunquistas y los gobernantes en sus cenáculos privados, viendo a la inmensa mayoría de los ciudadanos tan entusiasmados con López Obrador, y también a millones de ellos con Madrazo, dejándolos seguir, mirándolos con la sonrisa irónica que les producía la seguridad de que, al final del camino, todos caeríamos en su trampa trituradora! Ellos jugaron a la segura y tramposamente. Contaron siempre con todo el aparato del Estado para hacer lo que quisieron, incluyendo fechorías injustificables tan evidentes como recibir todo el respaldo de poderes fácticos y del mismísimo poder judicial, previamente corrompido, que aplaudieron los estropicios del candidato gubernamental y ensordecieron sus errores, así como los delitos cometidos por sus familiares y el nepotismo viable en los puestos por ellos ocupados. Yo estoy convencido de que se reconocería honestamente una derrota transparente. Sin embargo, en las actuales circunstancias se entiende que no se acepte un descalabro urdido, que no corresponde a la realidad. No hubo una pelea limpia, sino que fue un atraco vil a la voluntad popular, perpetrado tras bambalinas del poder, disfrazado de un triunfo reñido y sustentado en monstruosas inequidades, trampas y fuerzas montoneras y cobardes que se lanzaron a un solo hombre de pies a cabeza, que mostró integridad y valor: Andrés Manuel López Obrador. No soy perredista, pero como mexicano me digo: ¡Cómo es posible que no se haya hecho nada a tiempo para frenar la ascensión al poder de otro Fox y del yunque, encarnados en Felipe Calderón! Los mexicanos nacionalistas nos fuimos con la finta y nos tragamos la vil mentira emanada de todo un sistema articulado, cuyos máximos íconos declaraban insistentemente que un fraude electoral era imposible en estos tiempos en que nuestra democracia se había consolidado, y donde todos los partidos estarían presentes desde las casillas electorales. ¡Qué ilusos fuimos nosotros, y qué perversos fueron los foxipanistas! Las señales de irregularidades se dieron antes y después de la emisión del voto, y no las quisimos ver, ni nadie dijo nada, ni menos se opuso una denuncia contundente. Nos dejamos llevar por las condiciones desastrosas en que tienen al país los sátrapas de nuevo cuño, y por la pulsión romántica de creer que todos los sectores sociales castigados por la prepotencia panista se rebelarían el 2 de julio y se cobrarían en las urnas la onerosa factura. Nunca creímos -¡inaudita ingenuidad!- que la descarada compra o coacción del voto con dineros del erario público, ni mucho menos que la campaña orquestada en todos los centros del poder político y económico para consumar la imposición, se pudieran dar en una sociedad profusamente ofendida, agraviada, defraudada, engañada y saqueada como nunca antes por el panismo corrupto e insaciable. Hoy, tras el robo electoral del siglo, nos queda una cauda enorme de experiencias amargas, que en su momento habrán de ser analizadas. Más entre todas ellas sobresale una, la más hiriente, la más peligrosa, la que queda en las conciencias de los mexicanos bien nacidos como un dolor lacerante, y como un daño profundo al futuro de México, y es la que nos hace pensar en que no importa que una gran mayoría concurra a las urnas a votar, a depositar su voluntad creyendo que ésta será respetada, sí, como ocurre ahora, en los espacios adecuados, los más escondidos, fueron colocados en los cargos del IFE y al frente de las computadoras operadores mercenarios y sádicos con máscaras de honorabilidad, de ética y de autonomía. A nosotros, a quienes votamos por López Obrador, siendo o no perredistas, no nos ganaron ni Calderón -a quien no se le ven cualidades para presidirnos- ni sus compinches. Nos masacró -de momento-, electoralmente hablando, un sujeto tramposo, mañoso, faccioso y demagogo que se pasó seis años autoelogiándose por creerse un parteaguas en la historia, que vociferaba a tontas y a locas su democracia, que llegó al poder también de manera sospechosa y que, al final de su gobierno entreguista y corrupto, se desenmascaró como el principal autor del fraude de Estado, como un vulgar hampón trasgresor de la ley que utilizó al poder, y la fuerza de la República al servicio de su partido y de su candidato mediocre. Vicente Fox es el responsable mayor del incalificable atraco a la voluntad popular. Ya se ganó su lugar en la historia como el mayor sátrapa de los últimos cien años. Es claro, pues, que no ganó Felipe; nos robó Vicente. ¡Y cómo no nos iba a comer vivos! Con el dinero y el poderío que tuvo en sus manos, cualquier mal nacido puede manosear y ganar una «elección» como la reciente. Nada más que Vicente no era un cualquiera; era el Presidente de México, pero prefirió cambiar este digno título por los bártulos de un facineroso sin escrúpulos, sin principios y sin nada que lo haga digno de ser mexicano.
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