Los problemas de Felipe Calderón
El senador panista Diego Fernández de Cevallos lo advirtió públicamente un día: “Si a Felipe Calderón no le gana la soberbia, puede llegar a ganar la elección…” Y la predicción se cumplió durante el segundo debate: a Calderón no sólo le ganó la soberbia, sino el fanatismo. Sólo le faltaba tener un pequeño bigote para completar la imagen de un universalmente conocido dictador.
La vanidad mató a Calderón, tal vez por eso el mismo Fernández de Cevallos le advirtió a los medios: no se equivoquen, Madrazo no está muerto. Con esa frase no sólo contrarrestó el ejercicio de negación, la gimnasia esquizofrénica en la que andan metidos la mayoría de los medios —para quienes sólo existen dos competidores—, sino que dejó entrever que la actitud del candidato panista, durante el debate, propició que López Obrador le diera un tiro en el corazón.
El ex jefe de Gobierno así lo reconoció: “Si Felipe no me hubiera atacado como me atacó, yo no hubiera hecho público el expediente donde se demuestra que el cuñado de Calderón obtuvo millonarios contratos del gobierno federal cuando el candidato era secretario de Energía. Es decir, estamos ante un típico caso de tráfico de influencias”.
Calderón daba —en la noche del segundo debate— miedo a ratos. Cuando abordó el tema de la inseguridad, parecía un George W. Bush hablando del “eje del mal”, con la posición maniquea del todo o del nada, de los buenos contra los malos. Dio, de pronto, la impresión que iba a anunciar una especie de ley patriótica, anuladora de las garantías ciudadanas e individuales. No habló como un hombre de leyes, aunque las mencionó, sino con una dureza de fuertes matices dictatoriales.
En ese momento se vio que a Felipe Calderón se le habían subido las burbujas, no del champagne, sino de las encuestas. Era un mago con sombrero del que sacaba promesas y propuestas irrealizables, como si fueran conejos. La sonrisa sardónica congelada en el rostro, la voz del triunfalismo tronante, la soberbia, en suma, personificada en el error de acusar, sin tener las “manos limpias”.
Mientras Calderón y López Obrador se acusaban, mientras hablaban de choferes y cuñados, Madrazo tejía la gobernabilidad. Dicen algunos que el candidato del PRI resultó ser una gran sorpresa durante el debate, porque revivió. Madrazo está más vivo que los que dicen estar vivos y puede ser el Lázaro —“levántate y anda”— de esta elección. Es evidente que el gobierno ha intentado hacerlo desaparecer por medio de encuestas y a través de una campaña permanente, para que nadie contrate a un médium y el Madrazo fantasma se convierta en hombre de carne y hueso.
A quien sí va a tener que contratar el gobierno federal es a un sepulturero, porque el escándalo relacionado con el enriquecimiento del cuñado de Felipe Calderón puede derivar en la apertura de otros expedientes relacionados con la vida personal del candidato. Junto con la soberbia, hay otros problemas que hablan de no tener un buen equilibrio emocional.
Pero más allá de choferes y cuñados, de vapores que hacen perder la cabeza, el gran tema nacional es el de la gobernabilidad. Madrazo lo puso sobre la mesa el día del debate, lo tomaron los partidos y eso dio un giro al proceso electoral. A partir de hoy, lo importante ya no es la popularidad de los candidatos, ese ya no es el tema, sino la capacidad de cada uno para gobernar.
Los extremos, por cierto, no sirven para ese fin. El fascismo y el comunismo, la izquierda y la derecha, son hermanos gemelos: recurren a las mismas armas para destruirse entre ellos. Por alguna razón, ni Felipe Calderón, ni López Obrador mencionaron durante el debate el atentado contra la esposa de Carlos Ahumada.
La vanidad mató a Calderón, tal vez por eso el mismo Fernández de Cevallos le advirtió a los medios: no se equivoquen, Madrazo no está muerto. Con esa frase no sólo contrarrestó el ejercicio de negación, la gimnasia esquizofrénica en la que andan metidos la mayoría de los medios —para quienes sólo existen dos competidores—, sino que dejó entrever que la actitud del candidato panista, durante el debate, propició que López Obrador le diera un tiro en el corazón.
El ex jefe de Gobierno así lo reconoció: “Si Felipe no me hubiera atacado como me atacó, yo no hubiera hecho público el expediente donde se demuestra que el cuñado de Calderón obtuvo millonarios contratos del gobierno federal cuando el candidato era secretario de Energía. Es decir, estamos ante un típico caso de tráfico de influencias”.
Calderón daba —en la noche del segundo debate— miedo a ratos. Cuando abordó el tema de la inseguridad, parecía un George W. Bush hablando del “eje del mal”, con la posición maniquea del todo o del nada, de los buenos contra los malos. Dio, de pronto, la impresión que iba a anunciar una especie de ley patriótica, anuladora de las garantías ciudadanas e individuales. No habló como un hombre de leyes, aunque las mencionó, sino con una dureza de fuertes matices dictatoriales.
En ese momento se vio que a Felipe Calderón se le habían subido las burbujas, no del champagne, sino de las encuestas. Era un mago con sombrero del que sacaba promesas y propuestas irrealizables, como si fueran conejos. La sonrisa sardónica congelada en el rostro, la voz del triunfalismo tronante, la soberbia, en suma, personificada en el error de acusar, sin tener las “manos limpias”.
Mientras Calderón y López Obrador se acusaban, mientras hablaban de choferes y cuñados, Madrazo tejía la gobernabilidad. Dicen algunos que el candidato del PRI resultó ser una gran sorpresa durante el debate, porque revivió. Madrazo está más vivo que los que dicen estar vivos y puede ser el Lázaro —“levántate y anda”— de esta elección. Es evidente que el gobierno ha intentado hacerlo desaparecer por medio de encuestas y a través de una campaña permanente, para que nadie contrate a un médium y el Madrazo fantasma se convierta en hombre de carne y hueso.
A quien sí va a tener que contratar el gobierno federal es a un sepulturero, porque el escándalo relacionado con el enriquecimiento del cuñado de Felipe Calderón puede derivar en la apertura de otros expedientes relacionados con la vida personal del candidato. Junto con la soberbia, hay otros problemas que hablan de no tener un buen equilibrio emocional.
Pero más allá de choferes y cuñados, de vapores que hacen perder la cabeza, el gran tema nacional es el de la gobernabilidad. Madrazo lo puso sobre la mesa el día del debate, lo tomaron los partidos y eso dio un giro al proceso electoral. A partir de hoy, lo importante ya no es la popularidad de los candidatos, ese ya no es el tema, sino la capacidad de cada uno para gobernar.
Los extremos, por cierto, no sirven para ese fin. El fascismo y el comunismo, la izquierda y la derecha, son hermanos gemelos: recurren a las mismas armas para destruirse entre ellos. Por alguna razón, ni Felipe Calderón, ni López Obrador mencionaron durante el debate el atentado contra la esposa de Carlos Ahumada.
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