julio 21, 2006

Luz y mar de libertad

Gabriela Rodríguez

Desde este ángulo distante en que me he movido un rato, antes de abandonar la costa noroccidental del continente, y hasta el cielo de Seattle rebotan los destellos, las luces de libertad que se expresan en esa gran plancha sagrada de piedra que es el Zócalo de la ciudad de México. No se trata del tsunami de Pangandaran, por buena suerte, ni de la lava del Popocatépetl, sino de enormes olas de gente pacífica que, como el agua sobre la tierra, buscan su cauce y convergen en los grandes ríos. Es sociedad humana agraviada en su derecho a decidir; es pueblo que ante la desilusion de las instituciones electorales siente la necesidad de socializar y resguardarse entre los semejantes, de romper la individualidad para reconocerse parte de una colectividad; de tomar el poder como masa crítica, de unir las fuerzas para empujar más fuerte.

Desde el Zócalo he recibido porras de aliento de mis lectores, cuestionamientos muy respetuosos de otros y contrastantes palabras de color oscuro de quienes me consideran una ingenua o desinformada jovencita en el mejor de los casos, o una despechada perdedora o irresponsable editorialista, y hasta de reportera comprada me han tildado. Todo con la palabra que es letra y, por tanto, diálogo, es decir: democracia. Celebro los múltiples comentarios enviados como libertad de expresión, como esa capacidad de pensar y dilucidar ante opciones inciertas, como esa fiesta que nos permite sacar los propios deseos porque tenemos razón y conciencia, porque estamos dotados de un lenguaje abstracto que nos permite convivir y analizar otros códigos, reflexionar en sentidos diversos, delimitar la propia autonomía.

Es un mar desbordante de pasiones abundan los adjetivos calificativos: positivos y negativos. Invitan a actuar, a organizarse, a sumar más manos, a no dejarnos arrebatar las elecciones, a no repetir la sumisión del 88. No todo es luz; también hay sombra. El odio se personifica, no en Elba Esther Gordillo, quien tan finamente convirtió en promotores del PAN a los gobernadores priístas; ni en el jefe Diego, cuya alianza con Carlos Salinas fue crucial para lograr y mantener estos "candidatos del cambio"; ni en los empresarios que orquestaron una campaña del miedo al más republicano estilo Bush; ni en Hildebrando, cuñado y consultor para preparar el padrón electoral; ni en los yunqueros como Espino, Abascal, o Vázquez Mota, quienes disfrazan de catolicismo la represión de las libertades civiles. No, el odio se personifica en Andrés Manuel López Obrador, culpable de todos los pecados de sus ex funcionarios castigados: los de Bejarano, los del Black Jack, y también me señalan sus errores, esa alianza con el indefendible defensor del voto: Manuel Camacho Solís, o el hecho de no parar en seco al oportunista de Bartlett. ¡Qué barbaridad! Con esos amigos, ¿para qué quiere enemigos AMLO? Me repiten textualmente los eslogans de la tele: sujeto peligroso, dictador, autoritario, en fin, dan muestra de lo que fue una exitosísima campaña electoral: más de 9 mil 700 millones de pesos para Televisa este trimestre. Not bad!, como dicen por acá los güeritos.

Pero no sólo el dinero cuenta, y por eso AMLO y las elecciones de México han sido la nota diaria en todos los periódicos del mundo. Contra la aplanadora elección de Estado, la inversión de los empresarios y los publicistas republicanos de Estados Unidos, el favoritismo de los medios electrónicos e impresos y la sospecha de un fraude a la antigüita y a la más cyber high-tech hay una masa crítica que está reaccionando pacíficamente y no se va a dejar.

Son mas de 14 millones en movimiento organizado, gente que no confunde elección de Estado con democracia, que distingue entre compra del voto y soberanía popular, que sabe diferenciar entre fraude institucional y legalidad. Más que una ola es un mar, un océano que tal vez pueda limpiar las elecciones, un llamado positivo al que me sumaré este domingo 30 de julio, como al cielo de Dante:

"Vosotros, los que, pocos, os alzastéis/ al angélico pan tempranamente/ del cual aquí se vive sin saciarse,/ podéis hacer entrar vuestro navío/ en alto mar, si seguís tras mi estela/ antes que otra vez se calme el agua."