Histeria

Por Ciro Gómez Leyva Veo y escucho a mucha gente, a muchos políticos, pensadores, periodistas y locutores con picazón uterina, rascándose con insolencia…
De un muy buen maestro de literatura aprendí que, en sentido etimológico, histeria significa comezón uterina. De ahí que, un poco por tabú lingüístico y un poco por pudor, evito usar esa palabra lo más que puedo.
Cuando alguien me cuenta que su jefe está histérico, lo imagino rascándose el vientre y bajo vientre. Si un amigo indiscreto me confiesa que su esposa “anda un poquito histérica”, mi primera reacción solidaria es sugerirle que la lleve al ginecólogo para que le corrija “un poquito” la molestia.
Pero después de escuchar por más de dos semanas al coro antipejista, tengo que echar mano de esta palabra proveniente del latín. Veo y escucho a mucha gente, a muchos políticos, pensadores, periodistas y locutores con picazón uterina, rascándose con insolencia.
Así los percibo cuando dicen que la irresponsabilidad de López Obrador “no tiene límite”, que “ese tipo nos está poniendo al borde de una crisis de magnitudes imprevisibles” (como si las crisis fueran de “magnitud previsible”), que “hay que ponerlo ya en su lugar”.
Tómese como ejemplo el reprobable episodio de los manotazos a la camioneta de Felipe Calderón hace dos días. Para los histéricos fue la “señal clarísima” de que la violencia se desató. ¿Como en Líbano? Vaya, ¿como en Oaxaca, por no hablar de Guerrero y Tabasco?
Lo que el colectivo histérico no quiere ver es que ese hecho es el único momento de, entrecomillas, “violencia” registrado desde el 2 de julio. Potenciarlo al punto de botón de muestra de cómo las aguas se han salido de cauce por culpa de la megalomanía de López Obrador es un sinsentido, una mentira, una vulgaridad tan grande como sería observar a cientos de personas frotándose el pubis en, digamos, un centro comercial.
No sé en qué ayuda a la “democracia” esta deformación de la realidad. Es cierto que el discurso postelectoral de López Obrador es cacofónico, contradictorio, lamentable.
Es cierto que la coalición Por el Bien de Todos ha pergeñado “un fraude en busca de pruebas” (Doctor Gómez dixit). Es cierto que el sonsonete de los perredistas es más odioso que la confusión (John Ford dixit). Pero una cosa son las palabras y otra los hechos. Y en los hechos, nada grave ha ocurrido.
Ojalá no ocurra, así los histéricos se verían más ridículos. Así fuera nada más por eso.
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