julio 17, 2006

Elena Garro, "La ingobernable"

El siguiente es un fragmento del libro "La ingobernable. Encuentros y desencuentros con Elena Garro", escrito por el periodista cultural Luis Enrique Ramírez (Culiacán, Sinaloa, 1963) y editado por Raya en el Agua, en el año 2000. Se trata de una serie de textos logrados mediante varias entrevistas en las que el autor retrata todo lo que rodeó a quien es considerada una de las mayores escritoras en lengua española. El capítulo "El destino errante" habla de las relaciones de la también dramaturga con el poder, y se publica tras el anuncio del IFAI de que dará a conocer documentos que señalan a Garro como espía para el gobierno mexicano.

T res veces ha pedido Elena Garro: "Despierten a La Chata , díganle que venga", y, por fin, Helena Paz llega. Espíritu del Viento del Norte , la llamaba su abuela Esperanza Navarro de Garro, pero es en realidad un ciclón, una tromba, aire desbocado; irrumpe agradeciendo que la despertaran porque tenía una pesadilla. "¡Ya se me borró, pero era horrible!". Locuaz, desbordada, excesiva, dice que heredó el carácter andaluz de su otra abuela, Josefa Lozano de Paz.

Elige sentarse sobre la alumbra, junto a Elena. Se une al relato y al fumar compulsivo de su madre; consumen dos cajetillas diarias de Salem cada una. Recuerdan a Carlos A. Madrazo, el político que por los años 60 encabezaba un fuerte movimiento dentro del partido oficial. "Lo que hizo ahora Cuauhtémoc Cárdenas, eso iba a hacer Madrazo desde aquellos años". Elena Garro era una de sus más entusiastas seguidoras. Refiere:

"Un día, en 1968, fui con mi sobrino Paco a ver a Madrazo a su despacho en Miguel Laurent y nos topamos con una manifestación, de las primeras, la que encabezó el rector. Vimos que había muchos coches sin placas. Carlos salió antes de que subiera a su despacho. Le pregunté: Carlitos, ¿qué es lo que está pasando?: ´Mire, me dijo, es un complot con muchos vasos comunicantes, tenga usted mucho cuidado, no firme nada, no escriba nada, no se meta en nada porque si nos metemos, los madracistas vamos a ser los chivos expiatorios´. Le prometí que no. Y pasó la manifestación. Ése es el conocimiento más grande que tengo del movimiento del 68."

Sin embargo, añade:

"Tiempo después, todavía en los inicios del movimiento, Carlos Monsiváis nos llevó a Helena y a mí a una junta en el Auditorio Ché Guevara de Ciudad Universitaria. Era con líderes del movimiento y con profesores. Dos días antes, Genaro Vázquez, que era un guerrillero, me había mandado con una campesina unas hojitas que decían "Llamamiento de las montañas del sur a los maestros de la capital", y allí explicaba que él también era maestro y que pedía el apoyo para su lucha. Genaro era guerrerense, era un hombre bueno. Helena llevaba esos papeles en su bolsa. Cuando empezaron a decir ahí en la reunión que había que enjuiciar a Díaz Ordaz y a Echeverría ante la ONU por crímenes contra la humanidad, Helena pidió la palabra y dijo que bueno, que estaba de acuerdo con que enjuiciaran a Díaz Ordaz y a Echeverría, pero también a Barragán, el ministro de guerra, y citó a todo el gabinete. Les quitó la máscara a muchos líderes del movimiento porque les dijo que muy izquierdistas, pero que todo era una movida de ellos. Y además pidió que le dieran el apoyo a Genaro Vázquez. ¡Qué barbaridad! Se soltó una desbandada..."

-Ya ni te acuerdes de eso, mamá -interrumpe Helena-, porque de ahí nos...

- De ahí nos vino el desmadre -completa Elena.

V

El caos imperó en aquella asamblea tras la intervención de Helena. Le arrebataron el micrófono, luego se lo volvieron a dar. "La gente gritaba ¡que hable la güera, que hable la güera!". Emmanuel Carballo diría después a la Garro: "Déjame hablar con esa Evita Perón en ciernes" y le reclamó a Helena: "Abusaste, cómo se te ocurre llegar deslumbrante con vestido de Dior y el cabello platino frente a la pobre masa de pelados...".

La noche del 23 de septiembre de aquel año llegó a la casa de Elena en la calle de Alencastre, en Las Lomas, uno de sus amigos campesinos, Virgilio Salmerón, oaxaqueño, con una advertencia:

"Ay Elenita, váyase, se la van a chingar, ya los oí... Así me dijo, muy misterioso, y le creí, porque los campesinos iban y se sentaban en la Cámara de Diputados o en cualquier parte donde había gobierno, y oían todo. Siempre me traían chismes. Y él escuchó cuando dijeron que la Garro estaba chingada. Váyase Elenita, váyase, me dijo, y a la noche siguiente volvió: Yo sé lo que le digo, váyase, otra vez estuve oyendo y yo sé que se le van a chingar..."

Por aquel tiempo, afirma, en su casa ocurrían cosas extrañas.

"Me cortaban la luz, se nos metía mucha gente; de pronto bajábamos y había tipos sentados en el salón. Unos guatemaltecos entraron una noche y mataron a mis gatitos Conradino, Juan Lanas y Humitos; obligaron a Helena a sostenerlos para darles toques en los testículos. Nunca supe quiénes eran. Las criadas se me iban, porque llegaban a amenzarlas tipos vestidos de civil, o a cortejarlas para sacarlas información, y ellas se asustaban...

"Como me quedé sin una sola muchacha, mi suegra me mandó un mocito que se llamaba José. Iba todos los días a comprar los periódicos y regresaba a las 3 ó 4. Un día regresó a las 5. Era el viernes 27 de septiembre. Helenita lo agarró y le dijo:

- ¡Desgraciado, dónde andabas!

- ¡Con unos catrines que me invitaron unos tacos!

- ¡Mientes! Nos estás delatando, ¿quién te paga?

- ¡No, no! ¡Es que les gusto, es que les gusto!

Helena agarró una pistola que me había regalado Madrazo:

- ¡O me dices quién te paga o te mato!

"Yo estaba quemando unos expedientes de los campesinos que pensé podrían ser peligrosos cuando oí el escándalo y acudí. José estaba de rodillas y La Chata con la pistola en la mano. Le dije ¡Helena, por favor, estás loquísima! Si lo matas ¿dónde lo enterramos? Entonces, Helena lo encerró en un cuarto que daba al jardín; como la manija de la ventana estaba rota, la teníamos amarrada con alambre.

"Allí, ella le dijo: Vamos a ver quién eres. Le puso enfrente una Biblia y le ordenó que la abriera. Mi hija fue atea mucho tiempo, pero para entonces ya se había vuelto católica, y nosotras sabíamos que, si tú buscas una respuesta, abres la Biblia con los ojos cerrados, señalas un versículo y ahí encuentras la respuesta. José no quería, temblaba y sudaba, pero la abrió, y que va saliendo: Traidor, carroña que se pudre en el valle de Josafat, no sé qué...

"Total que amaneció, yo agarré un montón de papeles y fuimos a dejarlos con una amiga. José se quedó en el cuarto, encerrado con llave. Regresábamos a la casa como a las 3 de la tarde cuando decidí hablar por teléfono desde una caseta que estaba en la glorieta de Virreyes. Llamé a Lucy, una amiga mía, abogada. Tengo mal pálpito, le dije a Helena, se me hace que no voy a poder hablar de la casa. Acordé con Lucy que pasara por mí a las 6 de la tarde. Llegamos a Alencastre y desde que abrí, ¡ay!, tú sientes que ha entrado alguien a tu casa. Me dio un miedo... Subimos al tercer piso, abrimos el cuarto y no estaba José. Y la manija tenía el alambre puesto. O sea que alguien entró y lo sacó".

Continúa Helena:

"Le hablamos a mi abuelita Pepa, y dice: ´¡Pobre José, lo que le han hecho ustedes, lo encerraron con llave y él se tiró por la ventana del tercer piso!´. El José fue a refugiarse a casa de ella, en Mixcoac. Le dije no es cierto abuelita, si se hubiera tirado habría tenido que desprender el alambre de la ventana, pero todo estaba intacto. Luego nos dijeron que los compinches de José, quienes quiera que hayan sido, habían sacado doble llave."

Elena decidió que se irían a casa de Lucy, la abogada. De pronto sonó el teléfono:

"¿Elena Garro? Cabrona, hija de la chingada. Sabes muy bien quién soy, no te hagas la pendeja. Ahora sí no te escapas, porque te hemos puesto una bomba que va a volar tu casa y te vas a morir tú con todo y tu hija... Todo eso me dijeron. Ya me habían insultado muchas veces antes, pero yo conocía esa voz, y no pude identificarla, se me vino un borrón en la cabeza. Cuando colgó , intenté hacer una llamada de auxilio, pero el teléfono ya estaba muerto. Entonces le dije a Helena: ¡Vámonos!"

VI

Comenzaba la huida. El viaje interminable de Elena Garro y su hija se inició aquel sábado 28 de septiembre de 1968. Nunca más regresaría a la casa de Alencastre, donde quedaba como única habitante desde ese día la perra Agripina.

"Sólo alcanzamos a agarrar nuestras bolsas y salimos corriendo. Vimos cómo se descolgaba un grupo de maleantes detrás nuestro; seguro eran los matones que ya estaban allí. Doblamos en la primera callecita y nos metimos en una peluquería. Me dijo la dueña: ¡Ay señora, qué le pasa que está tan pálida! Venga, venga y me metió a la casa donde alquilaba el local. Le hablé a Lucy, le pedí que pasara por mi ahí en ese momento, que ya no fuera a mi casa. Llegó Lucy, salimos aprisa pero los que me habían seguido ahora corrían detrás del coche. Los perdimos y llegamos hasta casa de Lucy en La Herradura, pero ella me explicó que por las placas podrían fácilmente saber a quién pertenecía el coche y dónde localizarnos. Le dije ay, pues van a saber dónde estoy y a lo mejor te ponen la bomba a ti. Ella aseguraba: ´¡A mí no me da miedo! ¡A mí no me da miedo!", pero servía los whiskys y le temblaban las manos, chocaba la botella con el vaso. Su hija Vicky escuchó todo esto y que se larga con el otro coche. Entonces le dije a Lucy: No, no me puedo quedar en tu casa.

"Por la noche salimos con ella y anduvimos pidiendo posada en varias partes. En un convento no quisieron abrirnos, una familia católica amiga de ella dijo ´¡no no no!´. Ya tarde le pedí que se fuera y me dejara con Helena. Anduvimos caminando hasta la madrugada y de repente me acordé de María, una sirvienta española que había traído mi mamá y que ahora tenía una casa de huéspedes en Lisboa 17. Llegamos con ella como a las 6 de la mañana. María abrió la puerta y exclamó: ´¡¿Qué haces aquí, piel de Judash?!´. Le supliqué: ´¡María escóndeme!´, y ella, una mujerona grandota, nos agarró y nos aventó a un cuartito que había junto en la entrada.

"´¡Callaos!´ nos dijo, porque estaban sus huéspedes desayunando, yendo al baño, en fin. Ahí nos quedamos todo el día encerradas. Los oímos que comieron, salieron, regresaron... Como era domingo 29 de septiembre, dijimos: Ya nos salvamos. Si llegamos vivas al Día de San Miguel, es que ya nos salvamos."

VII

A medianoche, cuando ya los huéspedes se habían dormido, María las trasladó a otro cuarto.

Era tan chiquito que apenas cabía la cama. Estaba junto al comedor y tenía una ventanita. Le pedí a Teresa, la criada de María, que era muy lista: Ve y háblale a mi hermana Deva, dí que eres una estudiante y que has estado yendo a mi casa y que no hay nadie, a ver si Deva se aviva. Pero Deva le colgó, asustada, creyendo que se trataba de una provocadora. Le dije entonces a Teresa que le llamara a mi tía Margarita, y ésta tampoco quiso saber nada. Pues que le hablara a mi suegra, me contaron después, pasaban frente a la casa y sólo veían a mi perra Agripina, la pobre ahí echada afuera detrás de la reja. Estaban seguras de que estábamos muertas. No se atrevían a entrar...

"Pasaron dos días, y llegó el martes 2 de octubre. Encerradas ahí, desesperadas, oímos cómo sonaban las sirenas por la ciudad. Ambulancias, patrullas, bomberos. ¡Una catástrofe! dijimos. Una batalla seguramente. Helena se imaginó que había habido un enfrentamiento entre los dos bandos. El ulular no cesaba, uuuuuu uuuuu cada minuto, cada minuto, y nosotras entumidas de miedo. Llegó el miércoles 3 de octubre, pero fue hasta en la noche cuando supimos qué había pasado. María, una vez que se acostaban los huéspedes, nos llevaba el periódico, nos sacaba para ir al baño y nos daba de comer. ¡Qué barbaridad!, dijimos. Pero qué es esto...

"Pasó el jueves, pasó el viernes. Eran días de terror en México. Los periódicos decían que estaban apresando a todo el mundo. El sábado por la noche hablan y contesta María:

- ¿Está ahí la señora Elena Garro?

- No!

- Ah, perfectamente bien.

Y colgaron.

"El domingo, contra la costumbre, María entra al cuarto en la mañana: ¡Ya eshtá, ya eshtuvo! Y me muestra el periódico con mi foto, la de Carlos Madrazo, la de Braulio Maldonado y la de Víctor Urquidi con un texto que decía: ´El procurador Sánchez Vargas desenmarañó en media hora los hilos de la conjura comunista para derrocar al gobierno´. Sócrates Amado Campos Lemus me había denunciado como instigadora del movimiento estudiantil."

VIII

Su destino errante ha dejado a Elena Garro y Helena Paz la costumbre de llevar sus bolsas, enormes como maletas, por donde quiera que van. De una silla a la otra, de la recámara al jardín, de la sala a la calle. Para Elena su bolso es tan importante como el crucifijo blanco que cuelga de su cuello; trae dentro una cantidad enorme de medicamentos que ingiere a lo largo del día. Pero Elena Garro, afirma ella misma, no es una mujer débil:

"Se me cayó la casa encima en 68 y aquí sigo. Otra se suicida ¿eh?"

El dirigente estudiantil Sócrates Campos Lemus aseguró al ser capturado que Elena Garro apoyó económicamente el movimiento y que le propuso a Carlos Madrazo para liderearlos, pero él rechazó esto último. El procurador general de la República lanzó la acusación a la escritora. "Debe tratarse de un error", dijo Elena, y llamó a Madrazo. "Yo no sé nada, Elenita. Yo ni conozco a ese Sócrates", le respondió. Ella lo había visto sólo una vez.

Llamó a la Federal de Seguridad y a Gobernación. "No hay nadie, yo soy un barrendero", le contestaron en ambas partes. Su hija, entonces, la hizo recapacitar: "¡Idiota, estás perdida! ¿No te das cuenta que es un pretexto lo de Sócrates, que todo es por lo de los campesinos y por lo de Madrazo?".

Los periódicos decían que la Garro había huído. "Un can solitario ladra en su casa". Helena decidió citar a los reporteros para que su madre aclarara la situación. Recuerda Elena:

"Nos habíamos pintado el cabello de negro. Helena mandó a Sanborns por unos frascos de Miss Clairol -´terciopelo negro´, no se me olvida-. Salimos del baño chorreando tinte. Un huésped leía el periódico con mi foto; al reconocerme, salió de la casa corriendo y nunca volvió. Ante los periodistas, lo único que declaré fue que yo no tuve nada qué ver. Todos los intelectuales firmaron los manifiestos, les dije, yo nunca; todos los intelectuales desfilaban con carteles diciendo ´abajo el gobierno´, yo nunca. ¿Cómo pueden decir que yo soy la culpable?

"Que hablen ellos, los que lanzaron a los estudiantes a la calle. Ahora se murieron los muchachos y ellos están escondidos abajo de la cama. "¡¿Pero quién, quién fue?!" me preguntaban; había mucha excitación, querían nombres, pero yo no di ninguno. Pues ahí están todos los que firmaban, en los manifiestos de los periódicos, fue todo lo que les contesté; al día siguiente vi que ellos apuntaron los nombres como si yo los hubiera mencionado".

IX

Vuelve a suplicar Helena Paz: "Ya no hables de eso, mamá", pero Elena continúa:

"Una noche llegó un militar. "Ya no hables de eso, mamá" pero Elena continúa:

"Yo tenía mucho miedo porque la casa de huéspedes estaba rodeada de coches sin placas y de hombres con sombrero, y Teresa me dijo que nos iban a raptar y nos iban a aplicar la ley fuga. De manera que yo prefería que me aprehendieran los militares. Le dije al militar: Pase, pase, ¿le sirvo un cafecito? Se lo tomó y dijo que ya se iba. ¡¿Cómo?! ¿No me va aprehender?, le reclamé. Contestó que no, que él sólo tenía órdenes de ver si seguía yo ahí. ¡No, pues deténgame!, le exigí. O hable a la Federal de Seguridad y diga que me detengan. Habló y yo me puse a oír. El que le contestó le dijo: ´Esa señora tiene delirio de persecución, no le haga caso.´ Le pedí el auricular para decirle al otro: Oiga, el gobierno es muy malo con usted, lo tiene ahí en la Federal en lugar de mandarlo a la Escuela Psiquiátrica de Viena; usted es tan buen psiquiatra que nunca me ha visto y ya hizo mi dictamen médico. Ni entendió pero pues se enojó. El militar me dijo: ´¿Le doy un consejo? Váyase. Le dejo mi pistola´ Pero a mí me dio miedo que me encontraran con un arma del Ejército.

"Le hice caso y nos fuimos a Monterrey (...). De ahí nos fuimos a Chihuahua para pasarnos a Estados Unidos. Nos echaron de Estados Unidos, regresamos a Chihuahua, luego a Torreón, y de ahí a México otra vez, porque a Helenita la atacó el cáncer -los médicos dijeron que debido a la tensión nerviosa- y hubo que operarla; además, estaba la urgencia diaria de comer y no teníamos un quinto, así es que hablamos el abogado para que vendiera la casa que teníamos en París a nombre de La Chata; ni ella ni yo podíamos tener cuenta en el banco para que nos enviaran ese dinero, y pedimos que se lo giraran a mi suegra, que antes no me quería, pero empezó a verme bien cuando me separé de Octavio...". La separación definitiva de Octavio Paz y Elena Garro se había dado en 1967, luego de 30 años de matrimonio. Desde 1962, en que él fue nombrado embajador en la India, ella prefirió quedarse en París, pero regresó a México cuando asesinaron a Rubén Jaramillo. Paz renunciaría a la embajada en 68, en protesta por la matanza.

Seis meses después de los sucesos de Tlatelolco, Carlos A. Madrazo, que había salido del PRI en 1965, luego de fracasar en su intento de modernizarlo, moría en un avionazo.

"¿Qué lo mataron? ¿Y quién lo mató?... Yo quería a Madrazo, escribía a favor de él porque era el hombre que tenía las soluciones y el carisma. Buscaban dañarlo, sí, por eso nos acusaron de lo del 68... Yo creo que su muerte pudo ser un accidente o pudo ser una bomba. Pero ¿una bomba? ¿Una bomba y cargarse a tanta gente? ¿A El Pelón Osuna y a tanta gente?... Si lo mataron, yo le digo que se suicidó México".

Contra lo que se dice, afirma Elena, su exilio no fue voluntario:

"Cuando usted vive en una ciudad donde nadie le quiere, alquilar un piso, donde no puede tener teléfono, donde nadie le dirige la palabra, donde lo insultan todos los días, ¿qué puede usted hacer? Que agente de la CIA, que espía del Vaticano, que espía de Castro, que espía de Echeverría... Yo nunca fui del partido de Echeverría. Yo tenía amistad con los Echeverría de años, desde cuando éramos jóvenes. Cuando apresaban campesinos yo le hablaba al ministro Echeverría, no como amigo sino como político: Oiga, a ver si me suelta a esos que han cogido presos y les van a dar tortura. Él era muy cortés, me decía: ´No es de mi incumbencia, pero haré lo que se pueda´. Y sí, lo hacía.

"En México no teníamos dónde vivir. ¡Caramba! Nos inscribíamos en hoteles con nombre falso, y al rato nos salíamos, o porque no teníamos con qué pagar, o porque el gerente nos decía lárguense (...).

"Al final, ya cuando teníamos dinero, unos españoles amigos de mi padre se dignaron a rentarme un piso en Taine 220, en Polanco. Una noche dábamos una vuelta por ahí La Chata y yo cuando nos encontramos a un gatito vagando. A mí me gustan los gatitos pordioseros; son tan monos, tan buenos, son gatos muy bonitos, muy cariñosos. Llevamos a la casa aquel gatito. ¡Ay! Comió esa noche... Le pusimos Tony. Luego vimos a una gatita que andaba ahí perdida -lloran muy triste cuando andan perdidos- y también la recogimos; le pusimos Ana María y se hizo esposa de Tony, estaban juntos siempre, y luego pues tuvieron hijitos, tres...

"Una noche llegaron unos estudiantes. Eran los únicos que nos visitaban, todo mundo nos volvió la espalda; llegaban como a las 2 de la mañana a vernos. Eran muchachos buenas gentes. En general los estudiantes eran buenos. Luego se colocaron en el gobierno, pero hasta cierto punto yo los comprendo, porque a ellos los movieron, y si los que los movieron iban a ocupar puestos tan altos, pues era justo que ellos, que habían dado la cara, también lo hicieran... Pues aquella noche ellos me dijeron; ´Ay señito, ahora dicen que como ya usted no es conocida como una mujer honrada, sino al contrario, como una sinvergüenza, que ya la pueden matar.´ ¡Qué barbaridad! Me asusté muchísimo. No podía salir del país porque me enteré de que tenía un arraigo. Entonces, decidí escapar."

XII

Vino después lo que ella llama "el escape". Era el año de 1972:

"Un amigo de Helena tenía una agencia de transportes y era pariente de un político. Fui a pedirle que nos ayudara a pasar a Estados Unidos y me dijo: ´Sí, pero tiene que ser tal día y justo a la medianoche para que la escolta que esté en la frontera las deje´ (...).

"Fue un trayecto penoso, se ponchó una llanta, nos pasó de todo (...). Nos jalamos hasta Houston y el chofer se regresó. Después nos fuimos a Nueva York. En Central Park encontramos un gatito llorando; Helena lo agarró y le pusimos Petrouchka, que es Pedrito en ruso. También rescatamos a una gatita, Lola (...).

"Nos expulsaron de Estados Unidos y nos fuimos con Lola y Petrouchka a España, un país que yo conocía bien y donde tenía parientes y amigos. Llegamos a Madrid con 30 dólares en la bolsa. Un día me fui a la Plaza del Ángel porque era mi punto de referencia cuando estuvimos en la guerra civil, ahí vivían todos los intelectuales, en el Madrid viejo. Me senté a pensar cómo era la vida rara: hacía años había estado yo ahí, en el Hotel Victoria, con Neruda, con Malraux, con todos los grandes...

Elena Garro hubo de pedir limosna en las calles de Madrid. Con su hija y sus gatos vivió en varias posadas hasta terminar con ellos en un asilo de mendigos. Era 1981, y fue entonces cuando su novela Testimonios sobre Mariana obtuvo el Premio Grijalbo, dotado con 8 mil dólares. Por esos días el alcalde Tierno Galván supo de su situación y habló con Octavio Paz, quien envió dinero a su hija. Las Elenas decidieron, en aquel momento, olvidarse de la ingrata vida en Madrid y marcharse, con Lola y Petrouchka, a París.