Los acelerados
El candidato del PAN muestra desesperación en su afán de que se le reconozca como ganador de las elecciones
Alfredo Esquivel Avila/Colaboración especial
Sábado 15 de Julio de 2006Tras haber creído en que participaríamos en un proceso electoral transparente, legal y limpio, los hechos posteriores han evidenciado en éste do- sis fuertes de furor, perversidad, violencia, trapacerías y una guerra potencial, con explosiones e implosiones de irregularidades, que va intensificándose con el choque pendenciero entre actores políticos importantes que han perdido la mesura bajo el impulso de su impaciencia compulsiva que los ha llevado a no reconocer las formalidades de ley ni esperar los tiempos en que éstas habrán de cumplirse, sino a publicitar un veredicto tendencioso sobre quién será el próximo presidente de la República.
No sólo se percibe, sino que se observa abiertamente la desesperación que acusan en los círculos panistas por tener ya la declaración del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación que los avale como definitivos triunfadores de la reciente contienda cívica. Antes, la presión se hizo contra el Instituto Federal Electoral -como si tuvieran el temor de perder la supuesta victoria-, a quien exigieron con energía irascible que ya reconociera a Calderón, con base en las cifras preliminares del Programa de Resultados Electorales Preliminares, que después se vinieron al suelo. El pánico ya se apoderó de Felipe y de los muy cercanos a él –Fox en primer lugar, por supuesto-.
De esto ellos mismos se han encargado de ofrecer abundantes pruebas fehacientes. En este ínterin o compás de espera, no pudieron aguantaron con serenidad hasta el día en que el TEPJF dará su fallo sobre el legítimo –esperemos que así se haga- ganador de la jornada electoral. Evidentemente fueron atacados por el mal de la aceleración. Al siguiente día de la votación, por la noche y en horario estelar, Felipe Calderón ya aparecía en las pantallas televisivas nacionales dirigiendo un mensaje a la nación, como si fuera ya presidente electo, sin esperar el pronunciamiento del TEPJF.
A vivir ese sentimiento en su existencialidad –como quien está cerca de la orilla, pero sabe que aún puede ahogarse- han contribuido todas las felicitaciones de los sectores conservadores, empresariales, banqueros, y de los dominantes medios de comunicación. Con el mensaje ufano de los hombres poderosos del dinero, y de los que burlan y controlan la conciencia de millones de mexicanos, han pretendido crear una atmósfera de aceptación y seguridad relativa y endeble.
Han difundido artículos de fe como el de que el moreliano ya ganó y no habrá marcha atrás; que los poderes fácticos jamás dejarán llegar a López Obrador a la primera magistratura; que Fox, fiel a su promesa, jamás entregará el poder a su odiado enemigo; que el TEPJ –de cuya honorabilidad ahora también se duda- no puede ir contra la tendencia imposicionista del fraude de Estado operado por el foxipanismo; que todo va a ser como en 1988, es decir, que se negociará con la cúpula del PRD y asunto arreglado.
Estas y otras versiones no tienen otro propósito que el de apuntalar el precario y sospechoso triunfo de Felipe Calderón. En los primeros días se precipitó sobre el virtual ganador una lluvia de congratulaciones que despedían un tufo de prepotencia y de aceleramiento, y soslayaban claramente el respecto hacia nuestras leyes en materia electoral. Llegaron incluso reconocimientos de Bush, Rodríguez Zapatero, de organismos internacionales y nacionales, de periodistas, analistas y locutores de aquí y del extranjero, de Patricia Mercado y, por supuesto, de Campa Cifrián, de algunos gobernadores priístas y del conocido doctor Simi. Todos ellos se aceleraron.
Pero en estos días en que ocurre una justificable impugnación a los comicios, de descubrimiento y exhibición de múltiples cochineros en las casillas electorales, y, sobre todo, de la asombrosa respuesta a favor de su causa que ha tenido López Obrador a través de tumultuarias movilizaciones ciudadanas en todo el país exigiendo lo más cuerdo en este conflicto, que es la apertura de los paquetes electorales para contar voto por voto, el escenario ya cambió.
Algunos de los que se aceleraron ya modificaron su acción precipitada. Recomiendan y prometen esperar el fallo del Tribunal competente. Bush ya dijo que si el reconocimiento final fuera para el perredista, no tendría inconveniente en aceptarlo y felicitarlo. Y Rodríguez Zapatero, a quien aventaron la carreta correligionarios de la propia izquierda, ya matizó también su inicial postura. Por los demás, la diversificada opinión extranjera y la contundente opinión interna –recordemos que 56 millones de mexicanos, incluidos los abstencionistas, no votaron por Felipe- confluyen en exhortar al grupo que se dice ganador a que vuelva a la compostura formal y a que espere el fallo del Tribunal.
Pero parece que Calderón y los suyos no oyen o no quieren escuchar los llamados a la sensatez. Ellos siguen actuando, desesperados en medio de su febril aceleramiento, ofreciendo un gobierno de coalición, haciendo declaraciones contra el recuento voto por voto, ostentándose Felipe como presidente electo ante medios extranjeros, tejiendo acuerdos con individuos o grupos que ya lo reconocieron, dando perfiles de quienes integrarán su gabinete, en el que obviamente figura Josefina Vázquez Mota en las políticas de enlace, y anunciando su gira triunfal por todo el país para dar las gracias a sus seguidores, quizás en una auriga, como lo hacían los emperadores romanos, pero sin la compañía constante del esclavo que le repitiera constantemente: «Acuérdate, Felipe, que eres mortal».
Ya nomás falta que exijan también los 100 millones de pesos presupuestados para el equipo de transición, lo que no será raro. Pero sí sería el colmo que el desfachatado Fox ordenara que se los entregaran, lo que tampoco sería sorpresivo en el mandatario que tenemos, desesperado por dejar en su lugar a alguien que le asegure un enorme y grueso manto de impunidad que necesitará cuando vuelva a ser solamente una persona que en infortunada hora ocupó la presidencia nacional, sólo para abusar del poder a más no poder, para favorecer sin limitaciones a sus familiares y allegados, y para causar regresiones, despojos y daños al país y a la inmensa mayoría de los mexicanos. Por México, esperemos que el fraude no se consume.
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