DESAFÍO
Rafael Loret de Mola.
Grandes mentiras.
Uno de los argumentos que se esgrimen para atemperar las denuncias relacionadas con el posible fraude electoral último tiene su asiento en un peligroso sofisma: para maquinar algo tan monumental hubiese sido necesario corromper a los más de 600 mil mexicanos que fungieron como funcionarios de las casi 130 mil casillas instaladas por todo el país durante la jornada del pasado 2 de julio.
Esto es como si el comportamiento fuera parejo entre un burgués clasemediero de la ciudad de México, alguna maestra fanatizada por el cacicazgo de la señora Gordillo y otra atenida a las bienaventuranzas del programa “Oportunidades” sobre todo en las comunidades rurales más alejados de los centros urbanos neurálgicos.
Ya hemos señalado que, de cualquier manera, las inducciones y cooptaciones se dieron antes de los comicios y no durante el desarrollo de los mismos.
Quizá en este aserto estriba el error de cálculo de los operadores de Andrés Manuel López Obrador, excelentes para las peleas callejeras pero muy torpes cuando se trata de querellarse por las vías jurídicas.
De cualquier manera es evidente que la compraventa de la desesperación social, fundamentada en la ignorancia colectiva, sigue dando excelentes frutos al establishment.
Es claro que los consejeros del IFE, con sueldos de excelencia que rebasan los designados para similares esfuerzos en otras latitudes, no son quienes se han ensuciado los calzados recorriendo las intricadas sendas de la República.
Y, por supuesto, no entienden el dolor comunitario que impulsa a las madres de tantos hogares abandonados -¿no sabrán los altos representantes del órgano electoral que la mayor parte de los núcleos poblacionales campesinos están deshabitados por efecto de la emigración hacia el norte y que por ende no pudieron votar los varones con credencial de elector?-, a ofrecer votos por alivios económicos momentáneos.
No hablamos, claro, de los atildados de las grandes ciudades quienes, con demagogia inocultable, dirán que no se puede manchar así a la pobreza, descalifi cando el comportamiento político de los pobres.
Falacias contra realidades.
En fi n, ¿el prestigio inescrutable del IFE debe entenderse como un decreto? Una y cien veces se ha repetido que la institución y sus sistemas de registros de escrutinios son “inviolables” como si, de verdad, en el mundo cibernético algún programa lo fuera.
¿Acaso no saben cuantos difunden esa teoría que hasta los resguardos “top secrets” del Pentágono han sido infi ltrados por los inescrutables “hackers”? Resulta torpe, entonces, seguir con un alegato que se basa en los protocolos de los ingenuos.
Ni el IFE ni el Tribunal Electoral del Poder Judicial Federal son inmaculados ni inviolables; no pueden serlo por una sencilla razón: están operados por hombres susceptibles de cometer errores y medrar con las desviaciones, máxime cuando son inocultables sus vínculos con el poder.
Una cosa es la resistencia institucional y otra muy distinta, insisto, la intervención de funcionarios pasajeros cuya autoridad moral no siempre alcanza para justifi car las cortinas de humo... como las que se dieron alrededor de los apretados comicios federales recientes.
La cuestión es muy sencilla: si hay evidencias sobre la infección de los procedimientos y el actuar de los consejeros electorales –ya es hora que se vayan envueltos en la vergüenza-, no es de modo alguno disparatado califi car a las elecciones últimas como fraudulentas... aunque el calificativo hiera susceptibilidades.
DEBATE Pareciera que estamos detenidos en punto cero. Y no faltan quienes abonan a la vida democrática lo “saludable” que resultan las controversias; esto es convertida la política en un gran espectáculo.
Quizá en este punto se aprecie la tendencia a convertir la política en una secuela interminable de parodias sin más sustento que la recurrencia del sarcasmo.
Como, por ejemplo, cuando se muestra en primer plano a la poderosa “novia de Chucky”, Elba Esther claro.
No es admisible que tras la expulsión de la “maestra”, la ambiciosa que “no recuerda” en donde cursó su enseñanza normalista –como si pudiera olvidarse periodo tan entrañable-, el partido en el gobierno tendiera sus redes para cumplimentar cuanto representa la tormentosa mentora, desde la reciedumbre del viejo corporativismo hasta la resistencia del comportamiento amafi ado con el que se consolida el cacicazgo sindical, obviamente contrario al espíritu democrático aun cuando se alegue que se basa en la validación autónoma de quienes lo integran.
Elba, la amiga más redituable de la señora Marta –gracias a ella ésta pudo conocer e involucrarse en las sinuosas redes del espionaje- y la aliada estratégica del buen “Jelipe” –así le llama su esposa Margarita, una virtual “primera dama” igualmente copada por las mujeres ambiciosas que rodean al marido poderoso-, se mofa de cuanto aportó para el presente complejo: “Roberto nunca será presidente”.
Y con ello, claro, plantea hasta donde pueden llegar los odios viscerales bajo el espejismo de la simulación democrática... siempre y cuando, por supuesto, se cuente con el aval de la casa presidencial.
Quizá sea esta señora quien mejor materialice las grandes mentiras que conforman el espectro nacional en estos días coyunturales.
En lo que acierta, desde luego, es en su capacidad para generar temor en sus adversarios cobardes, como Madrazo quien la dejó llegar a un punto extremo sin denunciarla por su pasado ni señalarla como alfi l del foxismo para la realización de los trabajos políticos sucios.
A cada uno de cuantos les tembló la mano frente a la imagen de esta consumada actriz de opereta les llegará, si no les ha llegado ya, la abultada factura.
También a sus aliados circunstanciales que han caído en el error de creer en ella como factor de poder.
EL RETO Otro de los engaños monumentales tiene que ver con la hipocresía galopante de no pocos señorones de la high life mexicana.
Ni modo que nieguen cuanto fue su interés por maquinar políticamente contra la causa de la izquierda mediando métodos de manipulación colectiva obviamente tendenciosos y amorales.
Ahora resulta que “por el bien de todos” justifi can los excesos cometidos felicitándose por el éxito obtenido... hasta el momento.
No queda duda de que a la sociedad mexicana se le sigue tratando como menor de edad, negándole permisos para aplicar criterios propios y resolver, sin inducciones desde el poder real, su propio destino.
¿O es para sentirse bien cuanto ha venido dándose para consumar un proceso electoral obviamente contaminado desde el origen? Cuantos han planteado que las condiciones actuales distan mucho a las de 1988 no aciertan a responder una pregunta defi nitoria: si es así, ¿por qué, entonces, el resultado es el mismo y es idéntica la perversidad política que lo prohíja? ¿Creemos entonces, con tantas evidencias de por medio, que las instituciones electorales son inviolables? Quien pensó en la invulnerabilidad de su proyecto político ahora está contra la pared bajo el peso de la parafernalia oficial.
Nada hay más vulnerable que los términos pretendidamente absolutos.
LA ANÉCDOTA En Villahermosa, la capital de Tabasco que se ilusionó por el posible arribo de uno de sus hijos a la Presidencia, han cambiado hasta los menús de los restaurantes.
Ahora, por ejemplo, se presentan las quesadillas de pejelagarto como innovación: --Lo que sucede –cuenta un mesero de “Los Tulipanes”-, es que antes se llamaban “empanadas de peje”. Y parecía que tenía sentido político.
Y es que el “peje” es López Obrador y las empanadas recuerdan al PAN de Felipe con gran capacidad de maniobra.
La política y su parodia vencen hoy hasta a la gastronomía vernácula.
Grandes mentiras.
Uno de los argumentos que se esgrimen para atemperar las denuncias relacionadas con el posible fraude electoral último tiene su asiento en un peligroso sofisma: para maquinar algo tan monumental hubiese sido necesario corromper a los más de 600 mil mexicanos que fungieron como funcionarios de las casi 130 mil casillas instaladas por todo el país durante la jornada del pasado 2 de julio.
Esto es como si el comportamiento fuera parejo entre un burgués clasemediero de la ciudad de México, alguna maestra fanatizada por el cacicazgo de la señora Gordillo y otra atenida a las bienaventuranzas del programa “Oportunidades” sobre todo en las comunidades rurales más alejados de los centros urbanos neurálgicos.
Ya hemos señalado que, de cualquier manera, las inducciones y cooptaciones se dieron antes de los comicios y no durante el desarrollo de los mismos.
Quizá en este aserto estriba el error de cálculo de los operadores de Andrés Manuel López Obrador, excelentes para las peleas callejeras pero muy torpes cuando se trata de querellarse por las vías jurídicas.
De cualquier manera es evidente que la compraventa de la desesperación social, fundamentada en la ignorancia colectiva, sigue dando excelentes frutos al establishment.
Es claro que los consejeros del IFE, con sueldos de excelencia que rebasan los designados para similares esfuerzos en otras latitudes, no son quienes se han ensuciado los calzados recorriendo las intricadas sendas de la República.
Y, por supuesto, no entienden el dolor comunitario que impulsa a las madres de tantos hogares abandonados -¿no sabrán los altos representantes del órgano electoral que la mayor parte de los núcleos poblacionales campesinos están deshabitados por efecto de la emigración hacia el norte y que por ende no pudieron votar los varones con credencial de elector?-, a ofrecer votos por alivios económicos momentáneos.
No hablamos, claro, de los atildados de las grandes ciudades quienes, con demagogia inocultable, dirán que no se puede manchar así a la pobreza, descalifi cando el comportamiento político de los pobres.
Falacias contra realidades.
En fi n, ¿el prestigio inescrutable del IFE debe entenderse como un decreto? Una y cien veces se ha repetido que la institución y sus sistemas de registros de escrutinios son “inviolables” como si, de verdad, en el mundo cibernético algún programa lo fuera.
¿Acaso no saben cuantos difunden esa teoría que hasta los resguardos “top secrets” del Pentágono han sido infi ltrados por los inescrutables “hackers”? Resulta torpe, entonces, seguir con un alegato que se basa en los protocolos de los ingenuos.
Ni el IFE ni el Tribunal Electoral del Poder Judicial Federal son inmaculados ni inviolables; no pueden serlo por una sencilla razón: están operados por hombres susceptibles de cometer errores y medrar con las desviaciones, máxime cuando son inocultables sus vínculos con el poder.
Una cosa es la resistencia institucional y otra muy distinta, insisto, la intervención de funcionarios pasajeros cuya autoridad moral no siempre alcanza para justifi car las cortinas de humo... como las que se dieron alrededor de los apretados comicios federales recientes.
La cuestión es muy sencilla: si hay evidencias sobre la infección de los procedimientos y el actuar de los consejeros electorales –ya es hora que se vayan envueltos en la vergüenza-, no es de modo alguno disparatado califi car a las elecciones últimas como fraudulentas... aunque el calificativo hiera susceptibilidades.
DEBATE Pareciera que estamos detenidos en punto cero. Y no faltan quienes abonan a la vida democrática lo “saludable” que resultan las controversias; esto es convertida la política en un gran espectáculo.
Quizá en este punto se aprecie la tendencia a convertir la política en una secuela interminable de parodias sin más sustento que la recurrencia del sarcasmo.
Como, por ejemplo, cuando se muestra en primer plano a la poderosa “novia de Chucky”, Elba Esther claro.
No es admisible que tras la expulsión de la “maestra”, la ambiciosa que “no recuerda” en donde cursó su enseñanza normalista –como si pudiera olvidarse periodo tan entrañable-, el partido en el gobierno tendiera sus redes para cumplimentar cuanto representa la tormentosa mentora, desde la reciedumbre del viejo corporativismo hasta la resistencia del comportamiento amafi ado con el que se consolida el cacicazgo sindical, obviamente contrario al espíritu democrático aun cuando se alegue que se basa en la validación autónoma de quienes lo integran.
Elba, la amiga más redituable de la señora Marta –gracias a ella ésta pudo conocer e involucrarse en las sinuosas redes del espionaje- y la aliada estratégica del buen “Jelipe” –así le llama su esposa Margarita, una virtual “primera dama” igualmente copada por las mujeres ambiciosas que rodean al marido poderoso-, se mofa de cuanto aportó para el presente complejo: “Roberto nunca será presidente”.
Y con ello, claro, plantea hasta donde pueden llegar los odios viscerales bajo el espejismo de la simulación democrática... siempre y cuando, por supuesto, se cuente con el aval de la casa presidencial.
Quizá sea esta señora quien mejor materialice las grandes mentiras que conforman el espectro nacional en estos días coyunturales.
En lo que acierta, desde luego, es en su capacidad para generar temor en sus adversarios cobardes, como Madrazo quien la dejó llegar a un punto extremo sin denunciarla por su pasado ni señalarla como alfi l del foxismo para la realización de los trabajos políticos sucios.
A cada uno de cuantos les tembló la mano frente a la imagen de esta consumada actriz de opereta les llegará, si no les ha llegado ya, la abultada factura.
También a sus aliados circunstanciales que han caído en el error de creer en ella como factor de poder.
EL RETO Otro de los engaños monumentales tiene que ver con la hipocresía galopante de no pocos señorones de la high life mexicana.
Ni modo que nieguen cuanto fue su interés por maquinar políticamente contra la causa de la izquierda mediando métodos de manipulación colectiva obviamente tendenciosos y amorales.
Ahora resulta que “por el bien de todos” justifi can los excesos cometidos felicitándose por el éxito obtenido... hasta el momento.
No queda duda de que a la sociedad mexicana se le sigue tratando como menor de edad, negándole permisos para aplicar criterios propios y resolver, sin inducciones desde el poder real, su propio destino.
¿O es para sentirse bien cuanto ha venido dándose para consumar un proceso electoral obviamente contaminado desde el origen? Cuantos han planteado que las condiciones actuales distan mucho a las de 1988 no aciertan a responder una pregunta defi nitoria: si es así, ¿por qué, entonces, el resultado es el mismo y es idéntica la perversidad política que lo prohíja? ¿Creemos entonces, con tantas evidencias de por medio, que las instituciones electorales son inviolables? Quien pensó en la invulnerabilidad de su proyecto político ahora está contra la pared bajo el peso de la parafernalia oficial.
Nada hay más vulnerable que los términos pretendidamente absolutos.
LA ANÉCDOTA En Villahermosa, la capital de Tabasco que se ilusionó por el posible arribo de uno de sus hijos a la Presidencia, han cambiado hasta los menús de los restaurantes.
Ahora, por ejemplo, se presentan las quesadillas de pejelagarto como innovación: --Lo que sucede –cuenta un mesero de “Los Tulipanes”-, es que antes se llamaban “empanadas de peje”. Y parecía que tenía sentido político.
Y es que el “peje” es López Obrador y las empanadas recuerdan al PAN de Felipe con gran capacidad de maniobra.
La política y su parodia vencen hoy hasta a la gastronomía vernácula.
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