julio 12, 2006

Odio y traición

Por José Ortiz Rosales.- Son tantas las emociones que se agolpan dentro de mí que pareciera que no acierto a expresar una argumentación coherente ni un juicio razonado.Me vienen al mismo tiempo, atropelladamente, los datos y referencias de una campaña electoral que fue desventajosa y desnivelada en muchos aspectos y además siento que me aplasta la impunidad que, sabemos todos, va a rodear a todos los responsables de esta división tajante que han hecho de los que vivimos en la misma patria, en las mismas ciudades, en las mismas colonias y hasta en las mismas casas.

Quisiera hacer y decir muchas cosas al mismo tiempo, debido precisamente a esas sensaciones de urgencia que tengo por protestar, por increpar, por insultar, cuando menos, a ese grupo de canallas a los que sólo les interesó remontar sus niveles de aceptación y en asegurar votos para que su causa y su pretensión electoral resultaran triunfantes, sin importar los medios, sin reparar por un instante siquiera que se estaba acuchillando a la tiernísima democracia que estábamos aprendiendo a cultivar. Y la campaña de odio, de miedo, de encono, instrumentada por Felipe Calderón, Manuel Espino y Vicente Fox tuvo un éxito que ahora, a cierta distancia, no puede calificarse más que como deleznable y perversa.

En seis años el foxismo-panismo logró lo que no pudo hacer el PRI en setenta años de maridaje y corruptelas: Enfrentar a los mexicanos con el encono que hoy nos muerde y nos invade.Y es terrible tener que aceptar que en aras del inmediatismo electoral instrumentado por Felipe Calderón y su círculo de íntimos, la vida interior se nos complica y está permanentemente en nosotros el amargo sabor de la discordia.

Veo en las concentraciones, de cualquier tamaño, como los de un signo electoral manifiestan desprecio y encabronamiento abierto en contra de los otros, a quienes acusan de lo que en realidad hicieron y de lo que no hicieron. Y es que Felipe Calderón y sus estrategas electorales nunca tuvieron presente el sentir y el creer de este pueblo y desarrollaron una campaña destructiva, que nubló el entendimiento y que le dio al oyente radiofónico o al televidente una verdad para que la digiriera sin ponerse a pensar si era buena o mala, conveniente o inconveniente pues se trataba de convertirlo en un zombi electoral que no debería de atender ningún tipo de razones y menos aún de ponderar la verdad o la falsedad de los mensajes que en forma criminal estuvieron taladrando la tranquilidad familiar e individual en todos los hogares en que había un aparato que transmitiera las perversas proclamas de la descalificación.

El panismo-foxismo se comportó como un perfecto traidor, como un apátrida, como un ser perverso y deleznable al que no le importó meter la cuña de la cizaña con tal de descalificar primero al oponente, provocar el desconcierto y el recelo después en los potenciales votantes y orillarlo finalmente a depositar su voto por el que, según la radio y la televisión, le señalaban como de manos limpias.

Es irrefutable ahora que de no haber existido esa propaganda cargada de odio y de descalificaciones Felipe Calderón no hubiera sido enemigo serio de Andrés Manuel López Obrador, pero Calderón representaba y representa ahora el continuismo y la impunidad. Si llega a consumarse el nuevo atraco, en edición rediviva de 1988, todas las tropelías y corruptelas, todos los abusos y atracos institucionalizados, todas las pendejadas y desaciertos de Vicente Fox y de Marta Sahagún jamás se conocerán, y el enriquecimiento delincuencial de los entenados del presidente recibirá un nuevo impulso para que sigan acumulando millones de pesos bajo la inmoral influencia de quien propició la súbita riqueza de su cuñado y el disfrute de privilegios de su círculo de íntimos.

Esto no es ni un remedo de civilidad y democracia, esto que vivimos en la campaña electoral fue un crimen institucionalizado que lamentablemente no está tipificado, porque los detentadores del poder lo mantuvieron precisamente suelto y sin ataduras para utilizarlo cuando mejor les sirviera.Y aún con la campaña electoral convertida en un chiquero, los días posteriores al 02 de julio han servido solo para que la soberbia, la pedantería y la miseria humana se muestren en todo su esplendor. En las páginas de la internet abundan mensajes injuriosos, sucios, contra la persona de López Obrador, y es fácil deducir quienes están llenando la red con tamañas obscenidades.

Y los comentaristas ansiosos de servirle al gobierno y a su cuasi presidente usurpador no tienen reparos en denostar con la mayor impunidad. Y son los mismos que se desgarraron las vestiduras cuando el “atentado” a la esposa de Carlos Ahumada y a sus hijos, los que de manera taimada y sesgada culpaban a López Obrador de la balacera al vehículo en que se transportaba la embustera socia y cónyuge del extranjero defraudador. Ni uno sólo de ellos tuvo los tamaños para reconocer, cuando menos que se habían precipitado en sus conclusiones, y no lo hicieron porque su pequeñez no se los aconseja.Ahora queda una disyuntiva a los traidores: Permitir que se limpie la elección o afrontar las consecuencias de una sociedad polarizada que quiere desquitarse como sea y con quien sea. Y esto último no debe permitirse, no debe alentarse, porque es así como las sociedades confrontadas que conocemos del mundo iniciaron sus diferendos, que se fueron ahondando hasta ser razón y causa de muertes, luto y dolor.

Irlanda y el Medio Oriente podrían ser buen ejemplo y ya no digamos algunas regiones de la América Central o de la sureña, en donde los odios pervivieron más allá de las personas.La elección debe de limpiarse y clarificarse, por el bien de todos, porque ningún presidente podría aspirar a gobernar en el escenario que se ha preparado para los próximos seis años. Debe de permitirse el recuento de las 43,000 o de las 50,000 casillas señaladas por el PRD, y también debe de constreñirse a este partido para que acepte el nuevo resultado que aparezca de las boletas recontadas.

Aún es tiempo de disipar la traición y el odio que como funesto manto echaron sobre nosotros los pervertidos del foxismo-panismo. Aún es tiempo de salvar desde el concepto mismo de democracia incipiente hasta la confiabilidad y respetabilidad de nuestras instancias de autoridades electorales. Aún es tiempo de que sanen las heridas y se emprenda el camino de la reconciliación y sino pudiéramos zanjar de tajo nuestras diferencias, que cuando menos quede en el ánimo de cada uno de nosotros la idea de que no agravaremos más nuestras diferencias. México, nuestra patria generosa, no merece vivir en la zozobra y la discordia.
jose_43@hotmail.com