La larga mañana de la democracia
Ciudad Perdida
Miguel Angel Velázquez
Ningún incidente que desacreditara la caminata Las pantallas nuevamente guardaron silencio
Después de varias horas, en las sienes aún se siente el martilleo de las voces de más de un millón de personas que claman: "voto por voto", "casilla por casilla", en una larga oración que se convierte en letanía de la democracia.
Ayer, a la convocatoria para hacer valer el sufragio, para impedir el fraude, se caminó por el centro de la capital de México con una tranquilidad, con un orden dignos de un pueblo mayor, maduro, para decirlo mejor, que mostraba su indignación, su coraje, en pancartas recién pensadas, sobre el algodón de las camisetas amarillas donde escribieron con letras negras pensamientos fugaces que sonaban a premonición: "No pasarán", entre otras, pero también gritaban mentadas al presidente del Instituto Federal Electoral, Luis Carlos Ugalde; al candidato presidencial panista, Felipe Calderón, sin que se les olvidara Vidente Fox, o coreaban consignas.
No hubo pintas en las paredes ni ataques a los bancos ni nada que pudiera ser usado para desacreditar la caminata. Tampoco había toletes, ni escudos ni uniformes tipo armadillo. Nada que oliera a violencia, nada que oliera a represión.
La gente acudió al Zócalo, a la plaza mayor de México para mostrarse libre del mensaje videograbado que para desgracia del país taladró la conciencia de otros, pero que no penetró a éstos que vinieron de muchas partes del país a declararse vacunados contra el mal de la televisión: libres.
Pero de cualquier manera allí estaban. Los platos blancos de las antenas trasmisoras de imagen de las televisoras más poderosas, esas que han tratado de suplantar el voto con programas que sentencian la participación ciudadana a la sujeción de sus intereses, quedaron como hongos inútiles entre la marea amarilla.
Nadie transmitía. Los canales de televisión se cerraron, la radio programó música o espacios deportivos. Como en los peores años priístas, se pretendió silenciar la voz de más de un millón de personas. En bien de la democracia, seguramente, los medios electrónicos se cerraron.
Tal vez fue que esos medios decidieron no transmitir. Tal vez fue que desde algún despacho sórdido de las calles de Bucareli y General Prim, o desde Los Pinos, llegó la orden para que no se reflejara la decisión de la gente por defender lo único que les han dejado: el voto.
Y es que salta la duda porque las estaciones móviles estaban listas, con los tiempos seguramente apartados y pagados, pero no pasó nada, o cuando menos ellos pretendieron que en el Zócalo no pasó nada.
Pero serán pocos, muy pocos los que puedan ignorar que ayer domingo 16 de junio, más de un millón caminaron el centro de la ciudad de México con la idea fija de no dejarse gobernar por un usurpador.
La larga mañana de esta democracia, hecha por la gente -cosa rara a estas alturas-, se inició muy temprano, por allí de las seis y media de la mañana, y culminó más allá de las tres de la tarde en un éxodo que no mostraba cansancio, pero sí dignidad y orgullo.
El día 16 terminó, pero viene más. Por lo pronto ya se piensa en el último domingo de este mes histórico, cuando la gente vuelva al Zócalo para ponerse de acuerdo y se inicien los actos de resistencia civil para la defensa del sufragio arrebatado.
Ayer fueron poco más de un millón cien mil personas. Para finales del mes se convocó a 2 millones a inundar todo el Centro Histórico de la capital con la voluntad de la gente, a declararse libres de la voz de la pantalla televisiva y a seguir, como dice López Obrador, hasta donde la gente quiera y aunque a algunos les duela.
ciudadperdida_2000@yahoo.com.mx ciudadangel@hotmail.com
Miguel Angel Velázquez
Ningún incidente que desacreditara la caminata Las pantallas nuevamente guardaron silencio
Después de varias horas, en las sienes aún se siente el martilleo de las voces de más de un millón de personas que claman: "voto por voto", "casilla por casilla", en una larga oración que se convierte en letanía de la democracia.
Ayer, a la convocatoria para hacer valer el sufragio, para impedir el fraude, se caminó por el centro de la capital de México con una tranquilidad, con un orden dignos de un pueblo mayor, maduro, para decirlo mejor, que mostraba su indignación, su coraje, en pancartas recién pensadas, sobre el algodón de las camisetas amarillas donde escribieron con letras negras pensamientos fugaces que sonaban a premonición: "No pasarán", entre otras, pero también gritaban mentadas al presidente del Instituto Federal Electoral, Luis Carlos Ugalde; al candidato presidencial panista, Felipe Calderón, sin que se les olvidara Vidente Fox, o coreaban consignas.
No hubo pintas en las paredes ni ataques a los bancos ni nada que pudiera ser usado para desacreditar la caminata. Tampoco había toletes, ni escudos ni uniformes tipo armadillo. Nada que oliera a violencia, nada que oliera a represión.
La gente acudió al Zócalo, a la plaza mayor de México para mostrarse libre del mensaje videograbado que para desgracia del país taladró la conciencia de otros, pero que no penetró a éstos que vinieron de muchas partes del país a declararse vacunados contra el mal de la televisión: libres.
Pero de cualquier manera allí estaban. Los platos blancos de las antenas trasmisoras de imagen de las televisoras más poderosas, esas que han tratado de suplantar el voto con programas que sentencian la participación ciudadana a la sujeción de sus intereses, quedaron como hongos inútiles entre la marea amarilla.
Nadie transmitía. Los canales de televisión se cerraron, la radio programó música o espacios deportivos. Como en los peores años priístas, se pretendió silenciar la voz de más de un millón de personas. En bien de la democracia, seguramente, los medios electrónicos se cerraron.
Tal vez fue que esos medios decidieron no transmitir. Tal vez fue que desde algún despacho sórdido de las calles de Bucareli y General Prim, o desde Los Pinos, llegó la orden para que no se reflejara la decisión de la gente por defender lo único que les han dejado: el voto.
Y es que salta la duda porque las estaciones móviles estaban listas, con los tiempos seguramente apartados y pagados, pero no pasó nada, o cuando menos ellos pretendieron que en el Zócalo no pasó nada.
Pero serán pocos, muy pocos los que puedan ignorar que ayer domingo 16 de junio, más de un millón caminaron el centro de la ciudad de México con la idea fija de no dejarse gobernar por un usurpador.
La larga mañana de esta democracia, hecha por la gente -cosa rara a estas alturas-, se inició muy temprano, por allí de las seis y media de la mañana, y culminó más allá de las tres de la tarde en un éxodo que no mostraba cansancio, pero sí dignidad y orgullo.
El día 16 terminó, pero viene más. Por lo pronto ya se piensa en el último domingo de este mes histórico, cuando la gente vuelva al Zócalo para ponerse de acuerdo y se inicien los actos de resistencia civil para la defensa del sufragio arrebatado.
Ayer fueron poco más de un millón cien mil personas. Para finales del mes se convocó a 2 millones a inundar todo el Centro Histórico de la capital con la voluntad de la gente, a declararse libres de la voz de la pantalla televisiva y a seguir, como dice López Obrador, hasta donde la gente quiera y aunque a algunos les duela.
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