México: ¿signo de interrogación o cornucopia?
Gianii Proiettis *
Frente al actual momento histórico que México atraviesa, los italianos que vivimos aquí dedicándonos a la educación o al periodismo, nos quedamos pasmados. ¿Logrará el pueblo que se respeten sus derechos y sobre todo su voluntad, que depositó tan civilmente el 2 de julio en las urnas? ¿Será capaz Andrés Manuel de salir del pantano de la aparente derrota antes de que lo apachurre una anaconda (con todas las que andan sueltas por ahí)? ¿Nunca más tendremos la satisfacción de ver a un Instituto Federal Electoral eficiente y respetado como fue el de José Woldenberg? ¿Y a los votantes contentos y seguros de que su boleta fue contabilizada? Si se azuliza por la fuerza al país, ¿los jefes de los cárteles nos pondrán a los corresponsales extranjeros en su nómina para que entonemos sus alabanzas, divulgando los mejores narcocorridos? ¿Tendremos que asistir diariamente a misa? ¿Nos permitirán Televisa-Tv Azteca transmitir nuestros articulitos, pensar nuestros pensamientos, soñar con nuestros sueños? ¿Podrán escribir Elena Poniatowska y Carlos Monsiváis, o será considerado delito de alta traición? ¿Pemex será tragado por la española Repsol, que al menos habla castellano, o por el monstruo Enron? ¿O bien al final ganará, terca, la sociedad de los de abajo y se le permitirá hacer tendedero en el mero Zócalo?
En ausencia de Octavio Paz, los sociólogos y antropólogos ya andan preguntándose si ha ocurrido alguna mutación en la mentalidad y los comportamientos del mexicano, de 1910 a la fecha. Setenta años de PRI, no hay duda, embrutecerían a cualquiera, con sus leyes de Herodes y de Hidalgo, las innumerables artimañas, los estímulos a la corrupción y la distribución clientelar de recursos y poder. Seis años de PAN han sido más que suficientes para debilitar los ánimos y sentirse burlados. Cambio, lo que se dice cambio, sólo unos millones de trabajadores que se han ido del otro lado, algunos otros milloncitos que quedaron sin empleo, algunos centenares de muertitas más en Ciudad Juárez, pocas otras violadas por policías y algunas viudas con el marido que sigue enterrado en la mina.
¿Aguantarán los mexicanos el tercer maxifraude en un siglo, luego de 1910 y 1988? Difícil de responder, visto que en 1910 se produjo la bola que desencadenó la Revolución fundadora, con Ricardo Flores Magón que orientaba a las masas, y en 1988, al contrario, el ingeniero Cárdenas hizo regresar a todos a sus casas y prefirió fundar un partido, que ahora finalmente ha cosechado un buen resultado. ¿Se contentarán las tribus perredistas con sus abundantes huesitos y se olvidarán del pueblo y de su AMLO? ¿O se sumarán a quienes están decididos y puestos para defender su voto, contrarrestando las maniobras sucias de la derecha?
Aunque no hayamos nacido en estas tierras, los corresponsales de otros países que amamos a México compartimos los temores y las inquietudes de millones de mexicanos e, igual que ellos, hemos dormido poco y mal en la semana poselectoral, también gracias a los juegos sádicos del IFE.
Nos ha sorprendido bastante que algunos gobiernos hayan reconocido la presunta victoria del candidato del PAN, anticipándose al veredicto final del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación (TEPJF). ¿No se daban cuenta de que así regalaban un espaldarazo poderoso a un contendiente en un proceso que todavía está sub judice? Y si es fácil que lo entienda Bush -quien, sin embargo, después dio un pasito atrás- quedan más misteriosas las felicitaciones prematuras de la Unión Europea y del presidente del gobierno español Rodríguez Zapatero. ¿Es posible que los intereses de algunos bancos y de Repsol se sitúen arriba de cualquier otra consideración de carácter ético-político-ideológico? ¿Que la economía prevalga sobre los demás rubros?
Muchos sabemos que los próximos desenlaces dependen de la capacidad de respuesta del pueblo, esta vez sí unido, sin diferencias entre los votantes de AMLO y los simples demócratas, los neozapatistas y los paleomarxistas, los chavos banda y las amas de casa. Sin olvidar la confiabilidad de las instituciones: ¿sabrá y podrá el TEPJF enderezar los entuertos, curar las heridas, en una palabra, "limpiar las elecciones", término y concepto que solamente existen en México?
Un día de 1994, el diputado perredista César Chávez, quien se volvió miembro de la Cocopa y luego asesor del gobernador Pablo Salazar Mendiguchía, se tomó todo el tiempo de una comida en un restaurante de San Cristóbal de las Casas para explicarnos las variadas artimañas electorales perfeccionadas por el PRI en el arco de décadas en el poder: la urna embarazada, la taquiza, el ratón loco, el rasuramiento del padrón, el mapachismo, la compra de votos y credenciales, el acarreo, el uso de programas sociales, la intimidación. Llegando al postre flambé -estábamos justo en la quema de urnas- aún no había acabado su recuento.
Luego de esta impresionante lección, me quedé con una idea, pero nunca he tenido un político enfrente para expresársela. Sería útil y deseable que los mexicanos aprendieran, por una vez, de sus pueblos indígenas, que votan en forma manifiesta, por mano levantada o separándose en grupos visibles y contables en el interior de una plaza. También deberíamos -todos los "occidentales"- reconocer que la regla de la mayoría, que tanto nos enorgullece como si fuera la cúspide de la democracia, es menos justa y humana que la búsqueda del consenso y la unanimidad practicada por las comunidades indígenas.
Hablando tan sólo del voto manifiesto, que cortaría la cabeza a cualquier fraude, se puede objetar, me imagino, que el sufragio secreto es sagrado e intocable. Pero ¿cuál mejor defensa de la voluntad del elector que verla publicada, computable, indestructible, expuesta sobre una pared? Además, los dos sistemas de votación podrían tranquilamente coexistir, dejando al votante la opción de emitir su voto secreta o públicamente. Y la fórmula, me imagino, sería exportable a todos los países donde las modernísimas computadoras pueden enfermarse de plagas traídas por bichos antiguos.
* Periodista italiano residente en San Cristóbal de las Casas, corresponsal de Il Manifesto
Frente al actual momento histórico que México atraviesa, los italianos que vivimos aquí dedicándonos a la educación o al periodismo, nos quedamos pasmados. ¿Logrará el pueblo que se respeten sus derechos y sobre todo su voluntad, que depositó tan civilmente el 2 de julio en las urnas? ¿Será capaz Andrés Manuel de salir del pantano de la aparente derrota antes de que lo apachurre una anaconda (con todas las que andan sueltas por ahí)? ¿Nunca más tendremos la satisfacción de ver a un Instituto Federal Electoral eficiente y respetado como fue el de José Woldenberg? ¿Y a los votantes contentos y seguros de que su boleta fue contabilizada? Si se azuliza por la fuerza al país, ¿los jefes de los cárteles nos pondrán a los corresponsales extranjeros en su nómina para que entonemos sus alabanzas, divulgando los mejores narcocorridos? ¿Tendremos que asistir diariamente a misa? ¿Nos permitirán Televisa-Tv Azteca transmitir nuestros articulitos, pensar nuestros pensamientos, soñar con nuestros sueños? ¿Podrán escribir Elena Poniatowska y Carlos Monsiváis, o será considerado delito de alta traición? ¿Pemex será tragado por la española Repsol, que al menos habla castellano, o por el monstruo Enron? ¿O bien al final ganará, terca, la sociedad de los de abajo y se le permitirá hacer tendedero en el mero Zócalo?
En ausencia de Octavio Paz, los sociólogos y antropólogos ya andan preguntándose si ha ocurrido alguna mutación en la mentalidad y los comportamientos del mexicano, de 1910 a la fecha. Setenta años de PRI, no hay duda, embrutecerían a cualquiera, con sus leyes de Herodes y de Hidalgo, las innumerables artimañas, los estímulos a la corrupción y la distribución clientelar de recursos y poder. Seis años de PAN han sido más que suficientes para debilitar los ánimos y sentirse burlados. Cambio, lo que se dice cambio, sólo unos millones de trabajadores que se han ido del otro lado, algunos otros milloncitos que quedaron sin empleo, algunos centenares de muertitas más en Ciudad Juárez, pocas otras violadas por policías y algunas viudas con el marido que sigue enterrado en la mina.
¿Aguantarán los mexicanos el tercer maxifraude en un siglo, luego de 1910 y 1988? Difícil de responder, visto que en 1910 se produjo la bola que desencadenó la Revolución fundadora, con Ricardo Flores Magón que orientaba a las masas, y en 1988, al contrario, el ingeniero Cárdenas hizo regresar a todos a sus casas y prefirió fundar un partido, que ahora finalmente ha cosechado un buen resultado. ¿Se contentarán las tribus perredistas con sus abundantes huesitos y se olvidarán del pueblo y de su AMLO? ¿O se sumarán a quienes están decididos y puestos para defender su voto, contrarrestando las maniobras sucias de la derecha?
Aunque no hayamos nacido en estas tierras, los corresponsales de otros países que amamos a México compartimos los temores y las inquietudes de millones de mexicanos e, igual que ellos, hemos dormido poco y mal en la semana poselectoral, también gracias a los juegos sádicos del IFE.
Nos ha sorprendido bastante que algunos gobiernos hayan reconocido la presunta victoria del candidato del PAN, anticipándose al veredicto final del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación (TEPJF). ¿No se daban cuenta de que así regalaban un espaldarazo poderoso a un contendiente en un proceso que todavía está sub judice? Y si es fácil que lo entienda Bush -quien, sin embargo, después dio un pasito atrás- quedan más misteriosas las felicitaciones prematuras de la Unión Europea y del presidente del gobierno español Rodríguez Zapatero. ¿Es posible que los intereses de algunos bancos y de Repsol se sitúen arriba de cualquier otra consideración de carácter ético-político-ideológico? ¿Que la economía prevalga sobre los demás rubros?
Muchos sabemos que los próximos desenlaces dependen de la capacidad de respuesta del pueblo, esta vez sí unido, sin diferencias entre los votantes de AMLO y los simples demócratas, los neozapatistas y los paleomarxistas, los chavos banda y las amas de casa. Sin olvidar la confiabilidad de las instituciones: ¿sabrá y podrá el TEPJF enderezar los entuertos, curar las heridas, en una palabra, "limpiar las elecciones", término y concepto que solamente existen en México?
Un día de 1994, el diputado perredista César Chávez, quien se volvió miembro de la Cocopa y luego asesor del gobernador Pablo Salazar Mendiguchía, se tomó todo el tiempo de una comida en un restaurante de San Cristóbal de las Casas para explicarnos las variadas artimañas electorales perfeccionadas por el PRI en el arco de décadas en el poder: la urna embarazada, la taquiza, el ratón loco, el rasuramiento del padrón, el mapachismo, la compra de votos y credenciales, el acarreo, el uso de programas sociales, la intimidación. Llegando al postre flambé -estábamos justo en la quema de urnas- aún no había acabado su recuento.
Luego de esta impresionante lección, me quedé con una idea, pero nunca he tenido un político enfrente para expresársela. Sería útil y deseable que los mexicanos aprendieran, por una vez, de sus pueblos indígenas, que votan en forma manifiesta, por mano levantada o separándose en grupos visibles y contables en el interior de una plaza. También deberíamos -todos los "occidentales"- reconocer que la regla de la mayoría, que tanto nos enorgullece como si fuera la cúspide de la democracia, es menos justa y humana que la búsqueda del consenso y la unanimidad practicada por las comunidades indígenas.
Hablando tan sólo del voto manifiesto, que cortaría la cabeza a cualquier fraude, se puede objetar, me imagino, que el sufragio secreto es sagrado e intocable. Pero ¿cuál mejor defensa de la voluntad del elector que verla publicada, computable, indestructible, expuesta sobre una pared? Además, los dos sistemas de votación podrían tranquilamente coexistir, dejando al votante la opción de emitir su voto secreta o públicamente. Y la fórmula, me imagino, sería exportable a todos los países donde las modernísimas computadoras pueden enfermarse de plagas traídas por bichos antiguos.
* Periodista italiano residente en San Cristóbal de las Casas, corresponsal de Il Manifesto
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