El desastre priísta
Por Miguel A. Granados Chapa.- Quizá porque lo conocen bien, los vecinos de Roberto Madrazo en Villahermosa no votaron por él: Ni siquiera en la casilla en que sufragó el candidato presidencial del PRI obtuvo el triunfo. En su tierra, que es también la de Andrés Manuel López Obrador, Madrazo no fue profeta.
A diferencia de 1994, el año de su primer enfrentamiento electoral, fecha en que dispuso de la plenitud del poder local y la frágil abulia del poder federal, Madrazo cayó ante su contendiente de manera inequívoca: Sus 271,126 votos están a más de 130 mil de distancia de los 403,166 alcanzados por López Obrador.El PRI no ganó la elección presidencial en ninguna entidad. En 18 de ellas, incluidos sus enclaves: México, Puebla y Veracruz, quedó en el tercer lugar. Ese es también el sitio que le corresponderá en el Congreso.
Ese desastre es el punto más bajo de su carrera descendente. Como decíamos ayer, la declinación del poder priísta se evidenció en 1982. Veinte puntos debajo de los porcentajes avasalladores del medio siglo anterior, Miguel de la Madrid obtuvo el 68.43 por ciento de los votos como candidato del PRI (porcentaje al que se sumaron dos y medio puntos más procedentes del PPS y el PARM, los peculiares partidos opositores cuyo papel consistía en apoyar al candidato oficial).
Se asignaron a De la Madrid 16 millones 744 mil 206 votos, contra tres millones 700 mil 045 votos de Pablo Emilio Madero, candidato del PAN. En esa elección participaron por primera vez de modo formal dos candidatos de izquierda, Rosario Ibarra de Piedra y Arnoldo Martínez Verdugo, la suma de cuyos votos fue de un millón 238 mil 441 votos, primera insinuación de lo que ocurriría a partir de la siguiente elección.
Nunca como hasta entonces se practicó un fraude de las dimensiones del de 1988. Nunca fueron tan desconfiables las cifras electorales, elaboradas ex profeso para impedir no sólo que revelaran la derrota de Carlos Salinas de Gortari sino incluso para evitar que se supiera que obtuvo formalmente menos de la mitad de los votos. Oficialmente se le atribuyeron nueve millones 641 mil 329 votos, el 50.36 por ciento del total, mientras que a Cuauhtémoc Cárdenas, del Frente Democrático Nacional se le reconocieron cinco millones 911 mil 133, el 30.88 por ciento, y al panista Manuel J. Clouthier el 17.07 por ciento, tres millones 267 mil 159 votos.
En el colegio electoral de aquel año, el novel diputado Vicente Fox simuló en la tribuna, con papeletas, las orejas de Salinas, a quien acusó de fraude. ¿Cómo se representará ahora el propio Fox, convertido de denunciante en impulsor de un torcimiento semejante de la voluntad ciudadana? Su partido no sólo otorgó legitimidad al triunfo priísta, en una operación que será cobrada ahora, sino que al compartir la decisión de quemar los paquetes electores de aquel seis de julio eliminó la evidencia de la gigantesca trampa electoral, extremo al que debe impedirse que lleguemos de nuevo ahora.
El PRI se mantuvo en esa cota, levemente superior a la mitad, en la elección de 1994, donde imperó el voto del miedo, como se buscó soezmente hacer de nuevo ahora. Ernesto Zedillo alcanzó 17 millones 181 mil 651 votos, el 50.17 por ciento de los votos, mientras que Diego Fernández de Cevallos quedó cerca de la mitad de esa cifra, con nueve millones 146 mil 841 votos, el 26.69 por ciento, candidato por primera vez del PRD, Cárdenas se mantuvo en las cercanías de los seis millones (5.852, 134, el 17.07 por ciento), los que en la elección anterior se le habían reconocido.Cuando en el 2000 perdió el PRI la Presidencia de la República, obtuvo únicamente el 36.1 por ciento (13 millones 574 mil 677 votos), 14 puntos debajo de la elección anterior, casi cuatro millones de votos menos en números absolutos. Su candidato Francisco Labastida fue superado por seis puntos por el PAN (aliado entonces con el Verde), cuyo candidato Vicente Fox llegó a 15 millones 988 545 millones, casi dos millones más de los que eventualmente se acrediten a Felipe Calderón cuando se dé a conocer el resultado oficial de la elección del domingo pasado.
Cárdenas permaneció en el nivel de los seis millones (6’259,018) menos de la mitad de los casi catorce millones que se comprobará votaron por López Obrador, candidato de la misma coalición.La carrera descendente del PRI se aceleró este domingo. A las causas estructurales que le impusieron un derrotero hacia la disminución se agregó el talante de la candidatura que escogió o que le fue impuesta.
El antaño invencible se trocó en su contrario a sabiendas. Lo advirtieron así innumerables voces en el interior del partido, pero quienes formularon la alerta no pudieron impedir la candidatura destinada a que el PRI se precipitara hasta alrededor del 21.56 por ciento de la votación total nacional, ocho millones 303 mil 710 sufragios. Los datos están tomados del programa de resultados electorales preliminares, que no sirve para determinar el ganador de la contienda pero sí para establecer la magnitud de la derrota priísta.
Hasta el domingo, el PRI se encaminaba a demandar la nulidad de la elección, considerándola afectada por el intervencionismo gubernamental, al que quería responsabilizar de su catástrofe. Pero ahora ha mudado de dirección y se dispone a pagar favores recibidos. Pretende erigirse en el fiel de la balanza para avalar el triunfo de Calderón, hoy inexistente porque no se han consumado los cómputos distritales. El partido del desastre cobrará por sus servicios. 05/07/2006
A diferencia de 1994, el año de su primer enfrentamiento electoral, fecha en que dispuso de la plenitud del poder local y la frágil abulia del poder federal, Madrazo cayó ante su contendiente de manera inequívoca: Sus 271,126 votos están a más de 130 mil de distancia de los 403,166 alcanzados por López Obrador.El PRI no ganó la elección presidencial en ninguna entidad. En 18 de ellas, incluidos sus enclaves: México, Puebla y Veracruz, quedó en el tercer lugar. Ese es también el sitio que le corresponderá en el Congreso.
Ese desastre es el punto más bajo de su carrera descendente. Como decíamos ayer, la declinación del poder priísta se evidenció en 1982. Veinte puntos debajo de los porcentajes avasalladores del medio siglo anterior, Miguel de la Madrid obtuvo el 68.43 por ciento de los votos como candidato del PRI (porcentaje al que se sumaron dos y medio puntos más procedentes del PPS y el PARM, los peculiares partidos opositores cuyo papel consistía en apoyar al candidato oficial).
Se asignaron a De la Madrid 16 millones 744 mil 206 votos, contra tres millones 700 mil 045 votos de Pablo Emilio Madero, candidato del PAN. En esa elección participaron por primera vez de modo formal dos candidatos de izquierda, Rosario Ibarra de Piedra y Arnoldo Martínez Verdugo, la suma de cuyos votos fue de un millón 238 mil 441 votos, primera insinuación de lo que ocurriría a partir de la siguiente elección.
Nunca como hasta entonces se practicó un fraude de las dimensiones del de 1988. Nunca fueron tan desconfiables las cifras electorales, elaboradas ex profeso para impedir no sólo que revelaran la derrota de Carlos Salinas de Gortari sino incluso para evitar que se supiera que obtuvo formalmente menos de la mitad de los votos. Oficialmente se le atribuyeron nueve millones 641 mil 329 votos, el 50.36 por ciento del total, mientras que a Cuauhtémoc Cárdenas, del Frente Democrático Nacional se le reconocieron cinco millones 911 mil 133, el 30.88 por ciento, y al panista Manuel J. Clouthier el 17.07 por ciento, tres millones 267 mil 159 votos.
En el colegio electoral de aquel año, el novel diputado Vicente Fox simuló en la tribuna, con papeletas, las orejas de Salinas, a quien acusó de fraude. ¿Cómo se representará ahora el propio Fox, convertido de denunciante en impulsor de un torcimiento semejante de la voluntad ciudadana? Su partido no sólo otorgó legitimidad al triunfo priísta, en una operación que será cobrada ahora, sino que al compartir la decisión de quemar los paquetes electores de aquel seis de julio eliminó la evidencia de la gigantesca trampa electoral, extremo al que debe impedirse que lleguemos de nuevo ahora.
El PRI se mantuvo en esa cota, levemente superior a la mitad, en la elección de 1994, donde imperó el voto del miedo, como se buscó soezmente hacer de nuevo ahora. Ernesto Zedillo alcanzó 17 millones 181 mil 651 votos, el 50.17 por ciento de los votos, mientras que Diego Fernández de Cevallos quedó cerca de la mitad de esa cifra, con nueve millones 146 mil 841 votos, el 26.69 por ciento, candidato por primera vez del PRD, Cárdenas se mantuvo en las cercanías de los seis millones (5.852, 134, el 17.07 por ciento), los que en la elección anterior se le habían reconocido.Cuando en el 2000 perdió el PRI la Presidencia de la República, obtuvo únicamente el 36.1 por ciento (13 millones 574 mil 677 votos), 14 puntos debajo de la elección anterior, casi cuatro millones de votos menos en números absolutos. Su candidato Francisco Labastida fue superado por seis puntos por el PAN (aliado entonces con el Verde), cuyo candidato Vicente Fox llegó a 15 millones 988 545 millones, casi dos millones más de los que eventualmente se acrediten a Felipe Calderón cuando se dé a conocer el resultado oficial de la elección del domingo pasado.
Cárdenas permaneció en el nivel de los seis millones (6’259,018) menos de la mitad de los casi catorce millones que se comprobará votaron por López Obrador, candidato de la misma coalición.La carrera descendente del PRI se aceleró este domingo. A las causas estructurales que le impusieron un derrotero hacia la disminución se agregó el talante de la candidatura que escogió o que le fue impuesta.
El antaño invencible se trocó en su contrario a sabiendas. Lo advirtieron así innumerables voces en el interior del partido, pero quienes formularon la alerta no pudieron impedir la candidatura destinada a que el PRI se precipitara hasta alrededor del 21.56 por ciento de la votación total nacional, ocho millones 303 mil 710 sufragios. Los datos están tomados del programa de resultados electorales preliminares, que no sirve para determinar el ganador de la contienda pero sí para establecer la magnitud de la derrota priísta.
Hasta el domingo, el PRI se encaminaba a demandar la nulidad de la elección, considerándola afectada por el intervencionismo gubernamental, al que quería responsabilizar de su catástrofe. Pero ahora ha mudado de dirección y se dispone a pagar favores recibidos. Pretende erigirse en el fiel de la balanza para avalar el triunfo de Calderón, hoy inexistente porque no se han consumado los cómputos distritales. El partido del desastre cobrará por sus servicios. 05/07/2006
0 Comments:
Publicar un comentario
<< Home